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En la vida de aldea, que caracterizaba a la sociedad colonial, el diablo, con todos sus derivados, eran entidades domésticas omnipresentes y proteiformes, esencialmente malevolentes y obsesionantes.
Ahora se encogía, desobedeciendo su voluntad, con el instinto torpe de ciertos animales que se contraen y ocultan la cara, creyendo evitar de este modo el peligro. Sus antiguas supersticiones aparecieron de pronto aterradoras y obsesionantes. «Tengo mala pata pensaba Gallardo . Me da er corazón que el quinto toro me coge... ¡Me coge, no hay remedio!»
Palabra del Dia
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