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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Contestó evasivamente, y a poco se retiraron, no sin que doña Desdémona invitase al joven a pasar en su casa la mañana siguiente. Le enseñaría todos sus pájaros y le daría de almorzar.
Apoyábase en la moca o porra claveteada de clavos de plata, y con acento melancólico y prolongado, cantaba una copla del país, y contestábale desde enfrente una morenita vestida de ribereño, con su chaleco muy guarnecido de botones de filigrana y su faja recamada de pájaros y flores extravagantes, echando la firma, consistente en tres versos irregulares, improvisados siempre, con sujeción al asunto de la copla; al concluir la firma, salían del corro de espectadores varios ¡ju... jurujú! agudísimos.
Allá en la primavera cuando la sangre circula con más fuerza por las venas y la madre Naturaleza con el verdor de los campos, los vívidos colores de las flores, los juegos de la luz, el aire tibio embalsamado, y sobre todo, por medio de sus intérpretes más fieles, los pájaros, nos incita para que en modo alguno consintamos que la especie humana se extinga, Gonzalo pensaba en el matrimonio.
El viejo acabó por dormirse en la cama de sus conserjes, con el sueño pesado y embrutecedor del cansancio, sin sobresaltos ni pesadillas. Caía y caía en un agujero lóbrego y sin término. Al despertar, se imaginó que sólo había dormido unos minutos. El sol coloreaba de naranja las cortinillas de la ventana. A través de su tejido vió unas ramas de árbol y pájaros que saltaban piando entre las hojas.
Cerca de la mesa de billar, tomando café arrimados a un velador, el fiscal y dos amigos; y jugando chapó, con el estrépito de siempre, el Ayudante de Marina y Leto Pérez el farmacéutico: el primero sin corbata y con el cuello y el chaleco desabotonados; el segundo lo mismo, y además en mangas de camisa; licencias muy justificadas en aquella ocasión, porque tal era el calor que hacía, que «se asaban los pájaros», al decir del hijo del boticario sin apartarse mucho de lo cierto.
Era la niña de tal hermosura que llevaba consigo, y de sí misma, la majestad que la defiende; y lo usual iba siendo que cuando Lucía encontraba modo de ir a ver si los pajaritos azules tenían agua, o si había llegado la leche fresca, no mudarse la conversación entre Sol y Pedro, abierta por lo demás y no muy amena, del asunto en que se estaba antes de que Lucía fuera a ver los pájaros.
Es una cosa particular el sol del país natal. Dora todo lo que toca, y brotan canciones de los labios que acaricia. ¡Qué hermosa es la vida en la casa paterna! ¡Viva la alegría! Tengo ahora en casa todo un nido de alegres pájaros; dice riendo Martín, que va a darle los buenos días.
El balcón del gabinete daba al Parque: incorporándose en el lecho, veía detrás de los cristales las copas de algunos árboles que brillaban con la hoja nueva, rumorosa, tersa y fresca. Gorjeos de pájaros y rayos de un sol vivo, fuerte y alegre la hablaban de la vida de fuera, de la naturaleza que resucitaba, con esperanza de salud y alegría para todos.
D. Teodoro dijo la Nela tenía menos que tú, porque tú vas a tener cinco duros, y con cinco duros parece que todo se ha de venir a la mano. Aquí de los hombres guapos. Don Teodoro y D. Carlos eran como los pájaros que andan solos por el mundo. Ellos con su buen gobierno se volvieron sabios.
Bien visto, estaba solo; las buenas ancianas pronto emprenderían el eterno viaje, y me quedaría yo abandonado en un mundo que me causaba miedo. La lluvia arreciaba. Truenos lejanos, pálido fulgurar de relámpagos distantes, anunciaban que la tempestad invadía la cordillera. El agua caía a torrentes. En el naranjo aleteaban los pájaros, amedrentados al sentir inundado su nido.
Palabra del Dia
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