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Actualizado: 21 de mayo de 2025
En cambio, oían a los pájaros, contemplaban campo y cielo al abrir sus ventanas, no tropezaba su vista con una sucia pared a unos cuantos metros de distancia, que los robaba el aire y el azul del espacio. Isidro, con su imaginación, embellecía el barrio. Un siglo antes, era aquella parte la más hermosa de Madrid. ¿Veía Feli las praderas al otro lado del río?
Entre Levante y Septentrión, detrás de los Zabicas, habitan, bien que distantes muchas leguas, los Parabacas, Quiziacas, Naquicas y los Mapasinas, gente valerosa, pero destruída en buena parte de cierto género de pájaros llamados peresiucas que viven debajo de tierra, y aunque del tamaño ordinario de un pájaro, son de tan extraña fuerza y fiereza que en viendo algún indio dan sobre él y le matan.
¡Qué diferencia con su primer despertar en Candore! Todo entonces parecía sonreírla; los rayos del sol, el perfume de las flores, el canto de los pájaros, y su alma dilatada se abría a la esperanza. Habían pasado menos de dos años, y en su corazón, como ante sus ojos, el sol se había apagado, las flores se habían marchitado, las canciones se habían callado y la esperanza había muerto.
En un extremo de la galería de cristales había una puerta; la empujó suavemente y entró en la casa-habitación de sus pájaros que dormían el sueño de los justos. Con la mano que llevaba libre hizo una pantalla para la luz de la palmatoria, y de puntillas se acercó a la canariera. No había novedad.
Nada más delicioso que el cambio de temperatura a medida que se asciende. Desde la línea tropical venimos respirando una atmósfera abrasadora que se ha hecho en La Guayra casi candescente. En la montaña, el aire puro refresca a cada instante y los pulmones, no habituados a esa sensación exquisita, respiran acelerados, con la misma alegría con que los pájaros baten las alas en la mañana.
Se encuentran allí, a poca distancia unos de otros, palacios egipcios, árabes, asirios, babilónicos, gallegos y catalanes. Por regla general están rodeados de jardines que la naturaleza, secundada eficazmente por las mangas de riego, ha poblado de flores y verdor. He pasado muchas veces por allí y jamás he visto a nadie disfrutando de su amenidad, salvo los pájaros.
Despertaba sonriendo a la luz. Su pensamiento primero, sin falta, era para el Señor. Oía los gritos de los pájaros en la huerta, encontraba en ellos sentido místico, y la piedad matutina de Ana era optimista. El mundo era bueno, Dios se recreaba en su obra.
A medida que el día se levanta, las montañas nacen, las perspectivas retroceden, los planos se destacan y se caracterizan; bandadas de pájaros de todos colores recorren el aire con toda suerte de vuelos y de evoluciones. Bien pronto la hora del trabajo puebla los senderos y los campos.
Hay otros de una especie parecida y de larga cola, pero que vuelan menos. ¿Y cómo hacen para volar? Batiendo las alas. ¿Monos con alas? Tú sueñas, Horn. No, señor Cornelio. No diré que sus alas sean iguales a las de los pájaros, eso no. Consisten en una especie de membrana que les sale de las patas anteriores, se junta con las posteriores y se prolonga hasta la cola.
Y la misma mano verde que pone florecillas y mariposas sobre la tumba anónima cuelga olorosas guirnaldas de los muros ennegrecidos por el incendio, tapiza con terciopelo vegetal las pendientes abiertas por las explosiones, hace gorjear los pájaros y rebullir los insectos sobre las sepulturas, guía la serpenteante enredadera por el leño negro de las cruces, como si quisiera convertirlas en tirsos...
Palabra del Dia
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