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Tal es la situación de esa antigua y rica colonia; los hombres de estado empiezan a preocuparse seriamente de ella; pero, dada la naturaleza de las causas que determinan el malestar, es bien difícil encontrar el remedio sin ir contra las ideas absolutas de igualdad que hoy imperan en Francia. En Venezuela. La despedida. Costa-Firme. La Guayra. Detención forzosa. La cara de Venezuela.

Inspectores de la Compañía Transatlántica que iban a Méjico y Centro América, guatemaltecos, costariqueños, peruanos, todo ese mundo del Norte, tan diferente del nuestro, que no nos hace el honor de conocernos y a quienes pagamos con religiosa reciprocidad. A la mañana siguiente de la salida de la Guayra, llegamos a Puerto Cabello, cuya rada me hizo suspirar de envidia.

Contengo mi indignación para entonces y prometo no escasearla, en la seguridad de que todos los venezolanos han de unir su voz a la mía en un coro expresivo. A las dos de la tarde tomamos un carruaje, pasamos por la aldea de Maiquetia, situada a pocas cuadras de La Guayra, a orillas del mar, y comenzamos la ascensión de la montaña.

Si seguía viaje, o me veía obligado a retroceder desde Barranquilla, en la boca del río, o si persistía en remontarlo, corría riesgo de quedar varado en él, sabe Dios qué tiempo, bajo un calor infernal y una plaga de mosquitos capaz de dar fiebre en cinco minutos. Resolví, en consecuencia, descender en La Guayra y comenzar mi tarea por Caracas.

El libro del señor Cané, es, en apariencia, una sencilla relación de viaje. Dedica sucesivamente seis capítulos a la travesía de Buenos Aires a Burdeos, a su estadía en París y en Londres, y a la navegación desde Saint-Nazaire a La Guayra. Entonces, en un capítulo cuya demasiada brevedad se deplora habla de Venezuela, pero más de su pasado que de su presente.

Hay una comodidad inmensa para el comercio, y ese puerto está destinado, no sólo a engrandecer a Valencia, la ciudad interior a que corresponde, como la Guayra a Caracas y el Callao a Lima, sino que por la fuerza de las cosas se convertirá en breve en el principal emporio de la riqueza venezolana.

Consigno un recuerdo al lindo pueblo de Macuto, situado a un cuarto de hora de la Guayra, perdido entre árboles colosales, adormecido al rumor de un arroyo cristalino que baja de la montaña inmediata. Es un sitio de recreo, donde las familias de Caracas van a tomar baños, pero no tiene más atractivo que su belleza natural.

Corre por medio de ella, de Septentrión al Austro, una cadena de montes, que empezando desde el Potosí llega hasta las vastísimas provincias del Guayrá.

Al fin llegamos a la Guayra, después de seis horas de coche realmente agobiadoras, por las continuas ascensiones y descensos, como por el deplorable estado del camino. Apenas divisamos la rada, tendimos, ávidos, la mirada, buscando en ella el vapor francés que debía conducirnos a Sabanilla y que era esperado el referido día 13.

Nada más delicioso que el cambio de temperatura a medida que se asciende. Desde la línea tropical venimos respirando una atmósfera abrasadora que se ha hecho en La Guayra casi candescente. En la montaña, el aire puro refresca a cada instante y los pulmones, no habituados a esa sensación exquisita, respiran acelerados, con la misma alegría con que los pájaros baten las alas en la mañana.