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Sólo en los ojos hechiceros de Carmencita quedó encendida la penosa expresión de la duda, y a menudo posaba esta llama inquieta en el enigma de los días futuros como una interrogación inconsciente. Don Manuel sueña, como la tarde en que le conocimos.

Tenía los ojos azules claros; el metal de la voz, vibrante, poco agradable, hierático en su monotonía, expresaba bien el fanatismo casi inconsciente de un alma que preparaban para el convento. La rubia hermosa, con brazos de escultura griega, no entendía cabalmente lo que iba diciendo, pero adivinaba el sentido de su arenga, y le daba el tono de intolerancia y de soberbia que le convenía.

El dolor había trastornado a la esposa, haciéndola olvidar sus rencores. Muchas veces su llanto era de remordimiento, pues se creía autora inconsciente de aquella desgracia. ¡Yo tengo la curpa, lo ! decía con desesperación al Nacional . Repitió muchas veces que ¡ojalá lo cogiese un toro, pa acabar de una vez! He sido muy mala: le he amargao la vida.

Hasta creyó sentir en el puño una ligera crispación de la mano de Maud, un movimiento tal vez inconsciente, un leve roce despertador que se ensanchaba en ondas de emoción hasta los extremos de su organismo, y unas veces le hacía caminar como si volase y otras parecía clavarle en el suelo.

Luego, olvídate del cuadro, del arte, y mientras la mirada se pasea inconsciente por la tela, cruza los mares, remonta el tiempo, da rienda suelta a la fantasía, sueña con la riqueza, la gloria o el poder, siente en tus labios la vibración del último beso, habla con fantasmas.

Estas preocupaciones, en un principio voluntarias y solicitadas por el pensamiento, llegaron a dominarla, convirtiéndose poco a poco en supersticioso terror; sus cavilosidades adquirieron esa tenacidad inconsciente de las perturbaciones mentales, y comenzó a odiar sus encantos, como si fueran obstáculo a su felicidad y causa de que no pudiera saber hasta dónde llegaba el amor del hombre a quien quería.

Figúrate otro yo; imagina que has sido vendido por otro Cristián, y si buscas tan cerca de tu corazón, encontrarás al hombre que buscas. La fisonomía del desgraciado tomó una expresión terrible; sus ojos se agrandaron como si vieran un espectáculo aterrador, sus manos temblaron al levantarse hacia el cielo y en un grito inconsciente lanzó este nombre: ¡Sorege! Tragomer sonrió con amargura. ¡Ah!

Iban donde va la gente que no quiere gastar dinero, y se les veía por el pretil del río, camino de Monte-Olivete, los dos jóvenes delante, hablando tranquilamente, mientras se acariciaban con la mirada, y detrás Micaela, con aire de inconsciente, abismada en el crepúsculo eterno que la envolvía y levantando la cabeza, sin sentir la menor molestia por los rayos del sol que se quebraban en sus ojazos hermosos y muertos.

Sin dejar su humilde traje de beata, pero, con extremada, pulcra e inconsciente diligencia, peinado el undoso cabello y acicalada toda su gentil persona, La Caramba acudió de diario a rezar en la iglesia de Capuchinos y a pasar allí largas horas.

La percalina de que iba forrado el féretro miserable se había abierto por dos o tres lados; se veía la carne blanca de la madera, que chorreaba el agua. Los que conducían el cadáver le zarandeaban. La fatiga y cierta superstición inconsciente les había hecho perder gran parte del respeto que merecía el difunto. Todos los hachones se habían apagado y chorreaban agua en vez de cera.