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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Y los gritos no cesaban: ¡Vamos a desnudarlas! ¡Mueran los ricos! El momento fue horrible; aquello parecía el choque del hambre con la inconsciente insolencia de la hartura. De repente, una de las amotinadas, que estaba en tercera o cuarta fila, comenzó a dar codazos y empellones pugnando por abrirse paso.
Doña Manuela, sin ser devota, pues el echar criaturas al mundo no la dejó tiempo para ello, profesaba cierto respeto inexplicable e inconsciente a las cosas y personas sagradas: sobre todo, desde que su hijo mayor se hizo cura, comenzó a tener una como sombra de veneración indeterminada y vaga a la clase sacerdotal; así que, cuantas veces asistía a semejantes diálogos, pasaba un mal rato.
Desde hacía muchos años, su pensamiento se había acostumbrado a gozar con la presencia de María Teresa, y la influencia misteriosa de la joven se afirmaba en él de una manera lenta, oscura, inconsciente, pero segura.
La responsabilidad de las grandes luchas electorales, como de las grandes acciones de guerra, está en los generales: el soldado no muere sino materialmente, de un bayonetazo, de un tiro de fusil, de una bala de cañón, de hambre y de sed; pero el descalabro de una campaña política o militar es la muerte moral de los jefes y la muerte moral de las cabezas es la muerte del espíritu dentro del cuerpo vivo: una especie de embalsamamiento inconsciente.
Sin él, jamás podrá concebir la mente humana, por muchos siglos que emplee en la transformación, cómo podrá nacer lo más de lo menos, de lo que no se mueve lo que se mueve, de lo que no vive lo que vive, de lo inconsciente lo consciente, y de lo que no entiende la inteligencia.
Ingeniosa y hábilmente tratado está el modo natural, sin malicia, casi inconsciente, con que la hermana menor, Narcisa, que está mucho menos averiada que Clara, enamora al coronel y logra al fin que sea su marido.
Yo mismo, que después de haber creído, había caído nuevamente en la duda, vuelvo finalmente a la fe que ella me inspiró. Es cierto; y usted tuvo razón al maravillarse un día de mi aversión hacia él. Nuestras naturalezas eran diversas, pero ambos estábamos de acuerdo en la desesperanza de la vida. Ambos veíamos en el mundo un mecanismo inconsciente, un vago fuego de fuerzas ciegas y desbordantes.
Llamé, y en seguida oí su voz que me mandaba entrar. ¡Que Dios me perdone si en algún rinconcillo de los más obscuros y remotos de mi corazón, se ocultaba un germen siquiera de inconsciente deseo de hallar en la salud del pobre hombre algún ligero trastorno que justificara en mí una resolución terminante de no salir de casa «por entonces»!
La ley descubierta por Darwin la cumplía Paulita inconsciente pero rigurosamente: la hembra se entrega al macho más habil, al que sabe adaptarse al medio en que se vive, y para vivir en Manila no había otro como Pelaez, que desde pequeño sabía al dedillo la gramática parda.
Mientras que Hullin, al frente de los montañeses, se preparaba para la defensa, el loco Yégof, aquel ser inconsciente, aquel desgraciado que llevaba en la cabeza una corona de hojalata, aquella dolorosa imagen del alma humana herida en su parte más noble, más hermosa y más importante, la inteligencia, el loco Yégof, con el pecho descubierto, los pies desnudos, insensible al frío, como el reptil preso en el hielo, vagaba de montaña en montaña, en medio de las nieves.
Palabra del Dia
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