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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Si de ello gustase, me atrevería a defender lo contrario, con no escasa complacencia, porque lo más divino y admirable que hay en el arte en general, y singularmente en el de la palabra, es lo inspirado, lo espontáneo, lo en cierto modo inconsciente, lo que se diría que está por cima de toda conciencia individual, en la mente colectiva, en la razón impersonal, en el ingenio superior de pueblos y razas y hasta en el numen, que se nos revela o creemos que se nos revela.
Y no a horcajadas, porque esto no lo consentía su decoro y su estética natural e inconsciente, sino sentada, lo cual es más difícil; hacía trotar y galopar a la bestia, espoleándola con los talones o azotándola con el extremo del ronzal o de la jáquima, cuando la tenía y no iba a pelo, sin brida ni rienda de ninguna clase.
Todo el valle se henchía en gestación potente, y ya el alba de una vida de milagro y de gloria vestía de flores los espinos y les ungía de perfumes.... Espejándose en el valle fecundizado, el corazón de la niña de Luzmela se dilataba también en un inconsciente afán de florecimiento, con barrunto de brotes y bella nostalgia de capullos.
En otras ocasiones, ansiosa de descargar más aún su conciencia, de declinar toda responsabilidad, aunque por los raciocinios anteriores se había demostrado a sí propia que no tenía nada de disgustoso de que salir responsable, doña Luz iba esfumando en su memoria todos los favores que había hecho al Padre; iba quitando todo valer y significación a las muestras de afecto que le había dado; y lo iba reduciendo todo a las mezquinas proporciones de una amistad fría y severa, como la que puede y debe mediar entre un discípulo y un maestro, ahuyentando de sí o borrando cualquier enojoso recuerdo, falso en su sentir, hasta de la menor coquetería inconsciente, por parte de ella.
Después pasé la vista por todos y cada uno de los innumerables e inconexos trastos, enseres y chirimbolos que había en aquel recinto, y hasta me interesaron dos ollones y tres cazuelas de barro, cuyas coberteras temblaban entre espumarajos al impulso de lo que hervía debajo de ellas, arrimados a la lumbre y calzados con sendos morrillos por detrás; por último, y cuando ya nada tenía que examinar en la cocina y sus accesorios, fijé toda mi atención en mi tío, que andaba a mi vera, o tan frontero a mí como se lo permitía la fogata que ambos teníamos delante, buscándome la palabra y colmándome de atenciones cariñosas. ¡Vaya usted a saber de qué capricho inconsciente, de qué evolución desacordada, nació aquel procedimiento tan descortés con lo más interesante y, desde luego, lo más estimado y respetable para mí, entre cuanto había, en aquella ocasión, al alcance de mis ojos!...
Pero, aunque yo estuviese convencido de que la muerte era completa, de que para mí no había nada después, ni pena, ni gloria de que yo tuviese conciencia, ni siquiera una inconsciente prolongación de mi ser en el recuerdo de los demás hombres, la muerte no me aterraría ni me afligiría. No es que yo esté resignado. Es algo de más noble y de menos pasivo.
Todo lo que hay en usted de recto, de bueno, lo tiene ella de inconsciente, de voluble... o de qué sé yo... Porque le repito que no quiero hablarle mal de ella. ¡Pero no haces otra cosa, Charito! exclamó Lucía. ¡No! No hablo mal de ella, digo lo que es, sin censurarla. Yo tampoco soy una santa. Entonces no exageres así. Si nos pusiéramos a comparar ¿qué dirías de mí? Es muy distinto.
De repente tropezó con Sandy. Un agudo grito de inconsciente terror se escapó de aquel pecho femenino, pero una vez hubo pagado este tributo a la física debilidad, volviose más que atrevida, y se paró un momento, a seis pies, por lo menos, de distancia del monstruo tendido, recogiendo con la mano sus blancas faldas, en actitud de huir.
Para vencer nuestro egoísmo, que es muy grande, nos engaña con una ilusión, haciéndonos creer que lo que deseamos es nuestra felicidad, cuando sólo es el bien de la especie. El individuo es el esclavo inconsciente de... Un violento golpe de tos le cortó la palabra. Pidió por señas al P. Gil el pañuelo que tenía sobre la mesa y se lo llevó a la boca. Cuando lo separó, estaba manchado de sangre.
Acaso el extremo de su amor y de su admiración le hizo incurrir en esta á modo de locura. Nada menos parecido á Cervantes que Juan Montalvo; uno, todo espontaneidad, sencillez y alta inspiración, á menudo casi inconsciente; otro, todo reflexión, artificio y doctrina.
Palabra del Dia
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