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Actualizado: 15 de junio de 2025


Y, empujado por irresistible movimiento, fue a colocarse, casi oculto, tras la misma columna. De esta suerte, cuando Beatriz se halló a pocos pasos y Gonzalo se adelantó a ofrecerla el agua bendita en los dedos, Ramiro mojó a su vez, brevemente, los suyos, y los alargó también hacia ella, con gesto imperioso y tranquilo.

Los otros hombres se esforzaban por adularla y serle gratos, mientras que Miguel mostraba un carácter imperioso, semejante al suyo, discutiendo con ella, atreviéndose á contrariarla. Algunas vecen salían juntos á caballo para galopar por el Bosque de Bolonia bajo la vigilancia de Toledo. Un tormento para don Marcos.

Sin esperar pregunta alguna ni hacer caso de la sorpresa que en sus rostros se pintaba, les dijo con tono imperioso: ¡Huid! El conde puede llegar de un momento á otro. Le estamos aguardando contestó Pedro secamente. Pues haces mal en aguardarlo. Lo sabe todo y viene á matarte. Razón de más para que no huya.

La de más edad era alta, gruesa, con el pelo teñido de un rojo de llama y las carnes algo flácidas. Sus ojos verdes tenían un brillo imperioso; sus movimientos eran resueltos y varoniles.

Detrás de aquella puerta iba a encontrarse con la mujer de quien había querido huir y cuyo imperioso recuerdo lo poseía. ¡Ah, cómo le acosaba y llenaba todo su ser, la querida visión! Pero también era bien suya, únicamente suya, la amada que lo acompañaba a todas partes, que aparecía deslumbrante y fascinadora ante sus ojos alucinados.

Pero aquí, en plena soledad, con el más imperioso de los instintos irritado por la privación, viendo a Margalida entre la morena y ruda hermosura de sus compañeras, bella como una diosa blanca de las que inspiran veneración religiosa a los pueblos cobrizos, sentía la demencia del deseo, y todos sus actos eran absurdos, cual si hubiera perdido para siempre la razón.

Os lo ruego, Marta, no me hagáis doblemente desgraciada. Pero una mirada severa y un ademán imperioso le indicaron que debía someterse sin réplica. Calló y bajó la cabeza. El aya le dió las llaves a Mariana, miró ansiosamente una vez más a su hija con ansiedad y corrió al castillo temblorosa.

Yo no qué sentimiento salvaje, más imperioso que nunca, me incitaba a perderme en el seno mismo de aquella extensa campiña en plena explosión de savia. Recuerdo que allá lejos divisé a los seminaristas desfilando dos a dos a lo largo de las setas floridas, conducidos por viejos sacerdotes que al tiempo que caminaban leían sus breviarios.

Diariamente hago leer a mi hijo Alfonso una parte de un libro religioso escrito por un sacerdote alemán: en este libro se aprende a comprender la religión y su emanación de la Naturaleza. La inteligencia de Alfonso me satisface, pero temo haya de darle algún disgusto su carácter demasiado altivo e imperioso, si no se corrige. Con mucha frecuencia se incomoda con sus hermanos, y esto me disgusta.

Allí estaba la roca Valencia, enorme ascua de oro, brillante y luminosa desde la plataforma hasta el casco de la austera matrona que simboliza la gloria de la ciudad; y después, erguidos sobre los pedestales los santos patronos de las otras rocas: San Vicente, con el índice imperioso, afirmando la unidad de Dios; San Miguel, con la espada en alto, enfurecido, amenazando al diablo sin decidirse a pegarle; la Fe, pobre ciega, ofreciendo el cáliz donde se bebe la calma del anulamiento; el Padre Eterno, con sus barbas de lino, mirando con torvo ceño a Adán y Eva, ligeritos de ropa como si presintiesen el verano, sin otra salvaguardia del pudor que el faldellín de hojas; la Virgen, con la vestidura azul y blanca, el pelo suelto, la mirada en el cielo y las manos sobre el pecho; y al final, lo grotesco, lo estrambótico, la bufonada, fiel remedo de la simpatía con que en pasadas épocas se trataban las cosas del infierno, la roca Diablera; Pintón coronado de verdes culebrones, con la roja horquilla en la diestra, y a sus pies, asomando entre guirnaldas de llamas y serpientes, los Pecados capitales, horribles carátulas con lacias y apolilladas greñas, que asustaban a los chicuelos y hacían reír a los grandes.

Palabra del Dia

rigoleto

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