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Actualizado: 22 de junio de 2025


Buscaba entonces, hacia una y otra parte, los signos graves de la religión: los humilladeros, los paredones conventuales y la misma cruz vencedora, en lo alto de los campanarios, donde brillaba todavía el esmaltado azulejo incrustado por los infieles.

«No fue don Diego Velázquez dice Palomino el que en este día mostró menos su afecto en el adorno, bizarría y gala de su persona; pues acompañada su gentileza y arte, que eran cortesanas, sin poner cuidado en el natural garbo, y compostura, le ilustraron muchos diamantes, y piedras preciosas; en el color de la tela no es de admirar se aventajara a muchos, pues era superior en el conocimiento de ellas, en que siempre mostró muy gran gusto; todo el vestido estaba guarnecido con ricas puntas de plata de Milán, según el estilo de aquel tiempo, que era de golilla, aunque de color, hasta en las jornadas, en la capa la roxa insignia, un espadin hermosísimo, con la guarnición y contera de plata, con exquisitas labores de relieve, labrado en Italia; una gruesa cadena de oro al cuello, pendiente la venera guarnecida de muchos diamantes en que estaba esmaltado el hábito de Santiago, siendo los demás cabos correspondientes a tan precioso aliño».

En la salida misma de las nieves, el torrente, cuya agua lechosa parece hielo apenas derretido, rodea con sus brazos un florido islote, encantador ramillete de tallos que se estremecen sin cesar. Más lejos, el cauce nevado que la sombra de una roca defendió de los rayos solares, está esmaltado completamente de flores: la benigna temperatura que despiden ha derretido la nieve á su alrededor.

Entonces compuso sus comedias «Los dos ciegos» y «El bosque», que más tarde había de representarse en el teatro Odeón; y poco después, hallándose en Córcega, publicó un libro autobiográfico, esmaltado de graciosos paisajes de alma, que titulaba «El primer día del año de un vagabundo», y le valió de Víctor Hugo un billete de cien francos y una carta que empezaba así: «Su libro me ha recreado y conmovido.

Venía la viuda de vuelta del mercado con el sirviente detrás, sin manos para sujetar toda la compra de jarros de Cholula y de Guatemala; de un cuchillo de obsidiana verde, fino como una hoja de papel; de un espejo de piedra bruñida, donde se veía la cara con más suavidad que en el cristal; de una tela de grano muy junto, que no perdía nunca el color; de un pez de escamas de plata y de oro que estaban como sueltas; de una cotorra de cobre esmaltado, a la que se le iban moviendo el pico y las alas.

Cuantos historiadores han descrito el acto de la entrega de la Infanta hacen mención del contraste que ambas Cortes formaron: las damas francesas se presentaron ataviadas con exquisita elegancia; las nuestras afeadas por sus ridículos guardainfantes y tontillos; en cambio los caballeros de Luis XIV iban sobrecargados de lazos, cintas y moños mientras los españoles vestían el airoso traje de seda y terciopelo negros, esmaltado el pecho por alguna venera verde o roja de las Órdenes Militares.

Un brasero de cisco bien pasado mostraba su montoncillo de ceniza esmaltado de fuego cerca del envoltorio que debía contener los pies del individuo, el cual si alguna vez daba señales de existencia era dándolas de frío. Su cara era morena tirando a verde a causa de la palidez, así como el blanco de los ojos no era blanco sino amarillo.

Titúlase el libro publicado por Dozy Historia de Almagreb, de Ebn Adzarí el de Marruecos, y en su página 253 se cuenta como vino el mosáico esmaltado ó sofeysafá de Constantinopla á Córdoba, y de qué escuela fueron los artífices que lo fijaron en el mihrab de la mezquita: pasage curioso que verá el lector reproducido á continuacion.

Y no debe estrañar que solo la gente del alcázar ocupase una gran parte de la mezquita, si se considera que las concubinas, esclavos de ambos sexos, pages y eunucos de Abde-r-rahman el Grande se contaban por millares. Al-mustanser billah, nombre dado á Al-hakem II, que quiere decir el que implora el auxilio de Dios. Cubierta ó cúpula. Mosáico esmaltado. Véase la nota 1, pág. 173.

Paróse un poco temiendo no fuesen demonios; pero observando las facciones de sus rostros, la belleza de los vestidos y de las cruces que traían en las manos, y la afabilidad de sus palabras, creyó que era cosa del cielo; por lo cual, perdido el miedo, se fué tras ellos por una cuesta empinada, por la cual se montaba á unas altas cumbres; la senda era estrecha, difícil y sembrada toda de abrojos y espinas tejidas entre á manera de cruces; por lo cual era menester caminar con tiento paso á paso para no maltratarse; y hubiera desfallecido por la pena y dolor que sentía en pisar las espinas si sus guías no le hubiesen alentado y confortado con la amabilidad de su vista y con la luz que echaban de ; llegó entre tanto á donde por la mano izquierda había un camino real, ancho y llano y bellísimo á la vista por su verdor, hermosamente esmaltado de todo género de flores.

Palabra del Dia

consolándole

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