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Actualizado: 21 de junio de 2025
Si doña Beatriz Enriquez no se enamorara en Córdoba de Colon, consolándole y alentándole, Colon se hubiera ido de España; hubiera muerto en un hospital de locos; no hubiera descubierto los nuevos orbes, cuya existencia había columbrado y vaticinado más de mil y cuatrocientos años antes un inspirado cordobés, y para cuyo descubrimiento le dio ánimo y bríos aquella apasionada e inmortal cordobesa.
Yo le curé como pude, consolándole con palabras de esperanza; y hasta procuré reír ridiculizando su facha, para ver si de este modo le reanimaba. Pero el pobre viejo no desplegó sus labios; antes bien inclinaba la cabeza con gesto sombrío, insensible a mis bromas lo mismo que a mis consuelos. Ocupado en esto, no advertí que había comenzado el embarque en las lanchas.
Pasó otro año, vino otra cosecha buena y por éste y aquel motivo, los frailes le subieron el cánon á cincuenta pesos que Tales pagó para no reñir y porque contaba vender bien su azúcar. ¡Paciencia! Haz cuenta como si el caiman hubiese crecido, decía consolándole el viejo Selo.
Este esceptor fué sin embargo destituido á los pocos meses de haber prestado aquel servicio, y por recobrar su posicion, apostató de la religion de sus padres, primero en secreto, luego paladinamente, consolándole del desprecio y vilipendio con que se veía espulsado del gremio mozárabe y de las iglesias todas, que profanaba sacrílego, la privanza que halló en el indigno prelado y en el palacio.
En fin, yo pensé que el Sr. de Artegui estaría muy triste, muy triste, y que acaso nadie se acordase de decirle cosas cariñosas, y, sobre todo, de hablarle de Dios nuestro Señor, en quien él no puede menos de creer, ¿verdad, padre? pero de quien se olvidará quizás en estos momentos tan crueles.... Llevada de estas consideraciones le escribí una carta, consolándole allá a mi modo.... ¡si viera usted! me parece que se me ocurrieron cosas muy buenas y eficaces... le hablé de que Dios nos manda las penas para convertirnos a él; de que son visitas que nos hace; en resumen, todo lo que usted me ha enseñado... además le decía que bien podía creer que no era el único en sentir a aquella pobre señora, aquella santa; que yo la lloraba con él, aunque sabía que estaba gozando ahora de la gloria... y que la envidiaba.... ¡ay, eso si que es verdad, Padre! ¡quién como ella! morirse, ir al cielo.... ¡Cuándo lograré yo tal ventura!
Puso la cara más desconsolada y agoniosa del mundo, la cara que pondría toda persona a quien se obligara a beber un vaso de vinagre. «¿De veras que no estás hoy en casa? No. Si usted quiere, puede venir a jugar con Riquín. Le sacaré a paseo. Está bueno el día. ¿Qué te parece? Muy bien. Pues voy, voy a hacer tu encargo» murmuró el viejo, consolándole la idea de pasear al niño. Isidora salió.
Palabra del Dia
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