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Actualizado: 19 de julio de 2025
Y daba vueltas como loca por el cuarto buscándola, y la puso abierta ante los ojos del cura, temblando como una azogada, con los ojos desencajados, sintiendo horribles escalofríos que le comenzaban en la nuca y le seguían por toda la espalda.
En aquel instante supremo, la pobre niña, loca de terror, dejó escapar un grito de angustia, y viendo relucir algo en las tinieblas, las pistolas de Lorquin, las arrancó del cinto del doctor, con la rapidez del relámpago, e hizo fuego con las dos a la vez, quemando las barbas de Yégof, cuyo rostro rojizo se iluminó al resplandor de los fogonazos, y destrozando la cabeza de un cosaco que se inclinaba hacia ella con los ojos desencajados por insanos deseos.
Pero cuál fue la sorpresa de D. Fernando al encontrar á su hija mas querida en aquella situacion; aquellos ojos desencajados, aquel rostro cadavérico, y aquella errante mirada! Cuando se le venia á la memoria lo que habia sido causa de que su hija estuviera en aquel estado, la pena lo ahogaba, y gruesas lágrimas surcaban sus mejillas.
AZUCENA. Me acuerdo de cuando achicharraron a tu abuela; iba cubierta de harapos; sus cabellos, negros como las alas del cuervo, ocultaban casi enteramente su cara; yo, tendida en el suelo, arañando frenética mi rostro, había apartado mis ojos de aquel espectáculo, que no podía suportar; pero mi madre me llamó, y yo corrí hasta los pies del cadalso... los verdugos me rechazaron con aspereza, no me dejaron darla siquiera un beso, y la metieron en el fuego... Todavía retiembla en mi oído el acento de aquel grito desesperado que le arrancó el dolor... Debe ser horrible, precisamente horrible ese suplicio; aquel grito desentonado expresaba todos los tormentos de su cuerpo, y los verdugos se reían de sus visajes, porque la llama había quemado sus cabellos, y sus facciones contraídas, convulsas, y sus ojos desencajados, daban a su rostro una expresión infernal...¡Y esto les hacía reír!
Esto es asombroso; esto no se cree antes de pensar y de ver con cuidado lo que sucede; pero sucede realmente; es una verdad; una verdad que anda por todo el mundo; una verdad que reconstruye, por decirlo así, el sistema de todos los pueblos, aun el de aquellos pueblos que muestran más tenacidad en hacer del tiempo presente un centinela del tiempo pasado. ¿No veis movimiento en la India, en el mismo Japon, aun en el propio imperio Chino? ¿No veis que ese Japon abre sus puertos á las naves de ciertas naciones, profanando el misterio tradicional que la religion atribuye al legado de Sinto, á su oculto y divino Diari? ¿No veis agitarse la atmósfera en la China, en ese vastísimo imperio, en ese inmenso hogar de centenares de millones de criaturas? ¿No advertís como cierto vaiven, cierta oleada, en el ambiente de ese pueblo, convertido, hace miles y miles de años, en un guardian que contempla con ojos desencajados la urna veneranda de sus tradiciones? ¿No hallais algo extraño, sumamente extraño, en esa China, en esa segunda humanidad, en esos hombres cubiertos de polvo; el polvo que ha debido dejar detrás de sí la pisada autómata de tantos siglos?
Habremos visto á una persona moribunda: y durante algunos dias permanece estampada en nuestra imaginacion con su semblante pálido y sudoriento, sus ojos desencajados, sus manos convulsivas, las contorsiones de su boca, su penoso estertor interrumpido por algunos ayes lastimeros; no somos dueños del todo de que no se nos presente repetidas veces la ingrata imágen; pero es bien seguro que si para distraernos nos proponemos un cálculo muy complicado, ó resolver un problema muy difícil, conseguiremos que la imágen desaparezca.
Sus rostros cadavéricos, desencajados, daban miedo: su cuerpo se estremecía con incesante temblor, cual si estuviesen acometidos de terror pánico. En los semblantes de las damas, sonrosados y frescos, se dibujó el miedo y la angustia. El médico sonrió de aquel modo extraño que lo hacía, mirándolas con sus grandes ojos negros, insolentes. No es un cuadro muy agradable, ¿verdad? les dijo.
Nuestras miradas se dirigian codiciosamente hácia adelante, buscando á Paris, como el peregrino que llega á Sion al declinar la tarde, busca con los ojos desencajados los torreones de Jerusalen. ¡Cómo nos latia el corazon! ¡Paris! ¡Ya vamos á llegar á Paris! Esta parte poética de los viajeros, es sin disputa una de las emociones más bellas de la vida.
Había una larga fila de jergones en el fondo de la sala; los dos últimos estaban vacíos, y en ellos se veían grandes manchas de sangre. Materne y Kasper colocaron en el más apartado al leñador, mientras que Despois se acercaba a otro herido diciéndole: ¡Nicolás, ha llegado tu hora! Entonces Nicolás Cerf se levantó con el rostro pálido y los ojos desencajados de terror.
El espanto le sobrecogió de tal suerte, que, desfigurado su rugoso y pálido rostro por horrible mueca, torcida y muy abierta la boca como para exhalar a escape el último aliento, desencajados los ojos y dilatadas las pupilas, se desplomó sin vida en el suelo.
Palabra del Dia
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