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Actualizado: 23 de julio de 2025


Movió la cabeza pensativamente; sin embargo, como su espíritu estaba ocupado con la lucha a la cual se preparaba, no hizo gran caso de aquello y ya no miró ni a derecha ni a izquierda. En la esquina de la plaza del mercado en el sitio donde estaba antes la casilla de impuestos se hallaba la vieja ama de llaves del doctor: tenía las manos ocultas bajo su delantal azul y una cara de entierro.

Vestía, dentro de su condición, con elegancia y primor. Por encima del traje traía un delantal color gris orlado de puntilla blanca. ¡Ya podías aguardarme, chiquilla! ¿Dónde estabas metida? dijo con tono de mal humor y distraído a la vez la señora. Estaba en la cocina.... Había ido a darle unas puntadas a la falda de Teresa, que se le ha roto en un clavo repuso con afectada humildad la doncella.

La niña, sollozante, respondió al punto: No, no, por Dios; llévame entonces contigo. Rita hacía pucheros y se llevaba a los ojos la punta del delantal, y don Manuel, incapaz de prolongar aquella escena sin descubrir el profundo dolor que le poseía, trató de calmar a la niña con tranquilizadoras palabras.

Atiende, María, mira que pedazo grande te has olvidado debajo de aquella silla. ¡Anda, anda! que si yo no hubiera reparado, ¡qué cataclismo! ¿verdad ? Vamos, Antonio, déjate de guasa y hazme el favor de recoger esos cristalillos que están á tu vera. Desprécialos, mujer: ya te llevas en el delantal los trabajos gordos... ¡Qué importa por esos disgustillos!

¡Bendita sea tu boca! ¡Sigue niña, que me subes al cielo diciéndome esas cosas! Nada has de perder queriéndome. Pa que estés bien soy capaz de todo; y aunque el padrino se enfade, ansí que nos casemos güervo al contrabando para llenarte el delantal de onzas. María de la Luz protestó con un ademán de miedo. Eso nunca.

Pero la joven reflexionando, se limpia ceremoniosamente en el delantal las sucias manos de tierra y las tiende a través del cercado. ¡Bien venido sea usted, cuñado! El coge las manos que le ofrecen, pero guarda silencio. ¿Está usted acaso incomodado conmigo? pregunta ella lanzándole una mirada maliciosa.

Flora con la cabeza baja también y el rostro ceñudo enredaba con su delantal haciéndole pliegues. Al cabo de largo rato, sin levantar los ojos y conmovido, habló el mancebo de este modo: Bien lo veo, Flora; bien lo veo hace tiempo. Para ti yo no soy nada; soy menos que una castaña pilonga ó que una cereza negra.

La cocinera se mostró en la puerta de su santuario, limpiando sus manazas en el sucio delantal. ¡Pues el niño, señora! dijo en su jerga endiablada. Ya la india bajaba la escalera, con un cubo en la mano. Naturalmente, ¿quién había de ser sino ella? Siempre que el niño llama, ha de incomodársele. En concluyendo de servirle, a poner la mesa, que ya es tarde, y la salida queda para otro día.

Por más que se devane los sesos, no podrá salir de este dilema. ¿De este qué? Dilema; quiere decir que a fondo o a Flandes. Yo quiero ser honrada afirmó la joven con la mayor seriedad del mundo, atormentando más la punta del delantal. ¿Honrada?, me parece muy bien. Y dígame usted con toda franqueza: ¿honrada comiendo o sin comer? Fortunata se sonrió un poco.

Y sus últimas palabras ya no se oyeron, pues se alejó con la cara oculta en el delantal. Isidro hizo subir en un carruaje de alquiler a la llorosa Feli, conmovida por los adioses de la gitana. Recordaba el joven los primeros tiempos de su amor, cuando vagaban por las cercanías de Madrid, ocultándose de las gentes. Desde entonces no habían ido en coche.

Palabra del Dia

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