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Actualizado: 23 de octubre de 2025


Ella se había quedado pálida cual si tuviera por rostro una máscara de cera, y miraba a su delantal, cuya punta tenía entre los dedos. Esa palidez dijo D. Benigno conmovido no indica en manera alguna que usted tenga que arrepentirse de nada, pues no se trata de faltas; indica que yo he despertado un sentimiento que dormía, ¿no es verdad?

¿Quieres más, zarramplín, quieres más? exclamó ella al cabo de un rato entre risueña é irritada limpiándose con el delantal las lágrimas que corrían de sus ojos. ¡Ya me sacaste del alma lo que tenía allí guardado, gran zorro!

Tímida y cortada se detuvo en el umbral; bajaba los ojos, y al parecer distraída jugaba con la punta del delantal. ¿Me llamaba usted, doña Pepita? dijo. , respondió mi tía, para que conozcas al sobrino. ¿No deseabas conocerlo? Pues aquí lo tienes. Ya lo ves. La doncella murmuró una excusa.

El Gran Capitán no pudo continuar, porque la pena ahogaba su voz; D.ª Gregoria se llevó también la punta del delantal a los ojos, y Santorcaz, más serio y grave que antes, respetaba el dolor de sus dos amigos. Me han asegurado dijo, después de una pausa que ese D. Pedro Velarde iba a comer todos los días en casa de Murat. ¿Es que simpatizaba con los franceses?

Después de largo rato de silencio hizo un esfuerzo, y fatigada, como si le oprimieran el pecho, me dijo, alargándome un objeto que sacó del bolsillo del delantal: Toma: es una medallita; la he llevado al cuello desde niña; me la puso mi madre, y me la he quitado para dártela.... Ahora, ¡dime adiós, y perdona si mi cariño es causa de amarguras para !... Iba yo a detenerla.

«¿Qué hacer? siguió pensando . ¡Ay! ¿En dónde me he metidoUnos golpecitos en la puerta del salón la hicieron abandonar sus pensamientos. Entró Sebastiana con expresión tímida é indecisa, manoseando una punta de su delantal. Al mismo tiempo sonreía mirando á la señora, como si buscase palabras para dar forma al deseo que la había traído hasta allí.

No habían visto una niña tan bonita, tan modosa y que se metiera por los ojos como aquella. Daba gusto ver la limpieza de su ropa. La falda la tenía remendada, pero aseadísima; los zapatos eran viejos, pero bien defendidos, y el delantal una obra maestra de pulcritud. En esto llegó la tía y madre adoptiva de Adoración.

También mandó Guillermina despejar la habitación y que se apagaran las luces. Entre la mucha gente que había entrado, veíanse dos mujeres muy bien vestidas a la chulesca, con mantón color café con leche, delantal azul, falda de tartán, pañuelos de color chillón a la cabeza, el peinado rematado en quiquiriquí con peina de bolas, el calzado de la más perfecta hechura y ajuste.

Pues a hacer una empanada de jamón. La niña levantó la cabeza sonriendo a su futuro cuñado y emprendió de nuevo la tarea. Estaba colocada en pie delante de una mesa baja destinada, a juzgar por su lustre, a la operación que ejecutaba. Tenía puesto un enorme delantal blanco cómo el de las cocineras y en la cabeza una cofia también blanca.

Cuatro sillas. MÁXIMO, trabajando en un cálculo, con gran atención en su tarea; ELECTRA en pie ordenando los múltiples objetos que hay sobre la mesa; libros, cápsulas, tubos de ensayo, etc. Viste con sencillez casera y lleva delantal blanco. MÁXIMO. Para , Electra, la doble historia que me has contado, esa supuesta potestad de dos caballeros, es un hecho que carece de valor positivo.

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