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Actualizado: 23 de julio de 2025


Dejó Engracia caer sobre la artesa la tabla, por cuyas ranuras diagonales resbalaban las irisadas burbujas del jabón, y secándose las manos con el delantal, dijo a Paz, que ya se dirigía hacia el pasillo del portal: Oiga Vd., señorita: usted desimule; aunque sea mal preguntao, ¿es Vd. la señorita Paz, la novia del señorito Pepe? contestó secamente, evitando mirarla cara a cara.

Cuando las necesidades del servicio hacían transcurrir junto a esta barrera a las camareras rubias, de limpio delantal y albo gorro, los mozos contemplativos parecían desesperarse y un rumor de palabra mascadas y de relinchos contenidos agitaba su cuerpo.

Petra sonrió de un modo que ella creyó discreto y retorció una punta del delantal. Perdóneme Usía... dijo con voz temblorosa y ruborizándose. No hay de qué, hija mía. Agradezco su celo. Don Fermín estaba pensando que aquella mujer podría serle útil, no sabía él cuándo, ni cómo, ni para qué. Sintió deseos de ponerla de su parte, sin saber por qué esto podía importarle.

Dos, señora, dos dijo Plácido corroborando con igual número de dedos muy estirados lo que la voz denunciaba . No les pude ver las estampas. Eran de estas de mantón pardo, delantal azul, buena bota y pañuelo a la cabeza... en fin, un par de reses muy bravas. A la semana siguiente, otra delación: «Señora, señora...». ¿Qué?

En ese instante se abrió muy suavemente la puerta de la cocina, y por la abertura, no más ancha que la mano, ella se escurrió en la habitación. No se había quitado el delantal; su rostro estaba tan blanco como él, y los labios le temblaban. Bienvenido seas, Roberto le dijo tímidamente por detrás, pues él se había vuelto hacia .

Petra, sin atreverse a sentarse y sin querer dejar el puesto, miró al suelo ruborosa, hizo movimientos felinos, y se puso a retorcer una punta del delantal.... ¿Cansado? ¡bah! se atrevió a decir un mozo como usted.... La gaita y el tambor llenaban las bóvedas verdes con sus chorretadas, alegres ahora, luego melancólicas, cargadas siempre de ideales perfumes campestres, de recuerdos amables.

El padre sonrió, orgulloso y turbado por estos elogios. «¡Saluda, atlota! ¿Cómo se dice?...» La hablaba como si fuese una niña, y ella, con los ojos bajos, el rostro coloreado por una llamarada de sangre, cogiendo con la diestra una punta de su delantal, murmuró trémula algunas palabras en ibicenco: «No; no soy guapa. Servidora de vuestra mercé...»

Maltrana se exaltaba con sus propias palabras, y conmovido al recordar lo que debía a su compañera, inclinaba la cabeza, interrumpiendo su voz con el estertor del llanto. La vieja, viendo llorar al nieto, lloraba también, restregándose los ojos con la punta del delantal. Tienes razón gemía . Hay que hacer algo por ella. Así deben ser los hombres. Bien se ve que la quieres.

Palabra del Dia

buque

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