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Actualizado: 30 de abril de 2025
Sólo tuvieron el tiempo preciso para esconderse detrás de la washingtonia próxima al comedor. Desde allí le vieron entrar en la cuadra, sacar el caballo y partir a escape. Ventura creyó morir de miedo. No, no, yo no quiero ir a casa del cura. Puede volver pronto, y el cura no puede defenderme de él... Es un pobre viejo... Quiero ir a Sarrió. ¿Pero, señorita, a Sarrió a estas horas y lloviendo?
Con un trozo de amarra pude defenderme y hacerlas huír. ¿Qué pasa? gritó Recalde. Nada dije yo . Son pájaros. Se puede subir. Echa esa cuerda. Les eché una cuerda, que ataron al Cachalote, y luego, saltando como yo, de una piedra en otra, subieron al barco. Tomamos posesión, solemnemente, del Stella Maris.
Me dijo que era preciso defenderse... Pero ¿cómo voy á defenderme si es verdad que he autorizado con mi firma esos informes sobre negocios que no conozco?... Yo no sé mentir. Robledo intentó en vano infundirle confianza, como en la noche anterior. Su optimismo carecía ya de fuerzas para rehacerse. También mi mujer cree, como tú, que esto puede arreglarse.
¿Pues qué queréis que hagamos con vos, señor asesino, á quien encontramos cebándoos en vuestra víctima y con el homicida arma aún en la mano? ¡La daga que había desnudado para defenderme y que me pierde! exclamó el desdichado. Amarradle y con él á la cárcel dijo el bribón del licenciado Sarmiento. Los alguaciles sacaron cuerdas de sus gregüescos y ataron codo con codo á Montiño.
Juego; ¿qué quieres que haga? Necesito defenderme, ganar mi vida, ¿y de qué otro modo puede ganarla una mujer como yo?... Sé lo que vas á decirme: que he perdido mucho.
Maissonnave lo tomó como una ofensa personal, y me desafió, ¡a mí, que, como el don Diego de Flor de un día, mataba las golondrinas con bala y era digno rival en esgrima de mi maestro valenciano don Juan Rives! Pero mis creencias religiosas no me permitían batirme. Así se lo dije a Maissonnave en una carta; pero añadiéndole que aquellas creencias no me impedían defenderme.
Eso es lo que tú dices, pero lo que es á mí, ver y creer. Venga el zurrón. No lo esperéis. ¡Por los clavos de Cristo! ¿No sabes, rapaz, que puedo descuartizarte en un santiamén? Dado os hubiera las pocas monedas que poseo si me hubiérais pedido en nombre de la caridad. Pero amenazáis como un bandido y sabré defenderme.
Al día siguiente nuestros testigos poníanse a trabajar; mi adversario, un tal Gómez Ocervo, español, exigió la espada. Esto es muy desagradable para mí, porque no sé coger un florete. ¡Me bato mañana, y seré incapaz de defenderme...! EUSTAQUIO. ¡Creo conocer a su adversario...! ¡Calle...! ¡Ocervo...! ¡Pertenece a la sala Massena...! ¡Es un tipo muy bragado...!
¿Y has creído tú esas calumnias? ¿Y en vez de defenderme y de enfurecerte contra los calumniadores te enfureces contra mí? Juanita dejó escapar irreflexiblemente estas últimas frases. Luego se reprimió y procuró enmendarlas. Creía bruto a Antoñuelo, pero no lo creía cobarde. Si dejó de defenderla fue, no por cobardía, sino por maliciosa necesidad que acepta lo malo como cierto.
P. Fernandez, interrumpió Isagani; usted con la mano sobre su corazon puede decir que está cumpliendo, pero con la mano sobre el corazon de la orden, sobre el corazon de todas las órdenes, ¡no lo puede decir sin engañarse! ¡Ah, P. Fernandez! cuando me encuentro ante una persona que estimo y respeto, prefiero ser el acusado á ser el acusador, prefiero defenderme á ofender.
Palabra del Dia
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