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Actualizado: 30 de junio de 2025


Cuando llegaban a oídos de Juanita noticias de la terca incredulidad de doña Inés y de que la sospechaba de hipócrita, Juanita decía para : «No es mal sastre el que conoce el paño»; y sin arredrarse seguía por el camino que se había trazado. Llegó en esto el invierno, y doña Inés quiso vestir a todos sus niños con buena ropa de abrigo; Juanita alcanzaba ya alta reputación de costurera.

Habíase plantado frente á doña Rosalía, y miraba, con la atención de un can preocupado, el buen color de la costurera que había traído la desolación á aquella casa. Señora dijo Paz con un poco de cortesía, le agradecemos á usted el aviso que nos ha dado, mostrando, como es natural, su celo é interés por la honra de nuestra casa.

Andrés parecía escuchar atentamente, pegado a las faldas de la zagala. Lo que hacía en realidad era contemplar con deleite sus labios, que semejaban hechos de carne de cereza, sus mejillas, que tenían el lustre de la manzana, sus ojos negros, donde brillaba el sol de la primavera. Sentía, al cabo de un rato, el mismo adormecimiento suave y feliz que le embargaba, cuando niño, escuchando los cuentos que le refería la costurera de su casa. Ahora se mezclaba con una embriaguez voluptuosa, que suspendía su pensamiento, le columpiaba en los espacios y le disponía a las efusiones tiernas, a los goces inefables, a los sueños de color de rosa. El monótono rumor de la acequia y el traqueteo suave y constante del piso trabajaban también por arrobarle. Rosa concluía su cuento.

Bueno; ¿y a qué te va ni qué te viene en esto? ¿Eres su madre? Tres o cuatro veces riñeron de esta suerte, llevando siempre la ventaja por su desvergüenza y mala intención la microscópica costurera. Al cabo, María, no pudiendo sufrir con paciencia aquel espectáculo, tomó la resolución de marcharse.

Trabajaba de costurera a domicilio, y tenía tan buenas manos, que se la disputaban las parroquianas, señoritas de escasa fortuna, que acogían como una felicidad el confeccionar en sus casas vestidos iguales a los de las modistas. Era huérfana. Su padre había sido cochero en una casa grande; su madre, portera.

Ayer ha mordido un dedo a la costurera; ahora acaba de romper un espejo. ¡No hay paciencia para sufrirla! Micaela, a quien aquel castigo repugnaba, calló. Siguió la esposa de Quiñones hablándole con afectada indiferencia de su vestido; mas apesar de lo mucho que el tema debía de interesarla, la joven se mostraba bastante distraída y lanzaba frecuentes ojeadas a la niña.

Ya vería él de lo que era capaz su mujercita. Y la linda costurera, con su aire grave de mujer formal, con la misma expresión vaga y soñolienta que si hablase de amor, marcaba punto por punto el programa de su vida futura.

Te llegas, y dices que toda la hornada la traiga a la casona, que es para repartir entre los pobres... A luego, subiráse vino de la bodega y mataránse doce palomas en el palomar. Benita la Costurera se limpia los ojos enfermos con un trapo de hilo que trasciende a estoraque, y sale de la cocina. La hueste mendicante tiene un murmullo de gracias, en unas bocas triste, y en otras bocas jocundo.

Al primer beso que le robó sobre la nuca estando bebiendo agua en la cocina, la arriscada costurera «le armó un escándalo». Se puso roja como una cereza, chispearon sus ojos expresivos con ira, y le gritó: ¡Cuidadito, que yo no sufro esas cosas!... Vaya usted a hacerlas con las que se lo aguanten. Esto iba sin duda con Nieves. Pablito obró con más cautela en adelante, aunque no con menor osadía.

Mientras su mirada recorría las líneas impresas, su espíritu estaba ausente, preso en la vecina estancia, de la cual solamente le separaba una puerta; así, pues, escuchaba las frases con que Magdalena seguía expresando su indignación contra el peluquero y las reprensiones que dirigía a la costurera, y hasta oía cómo su impaciente piececito golpeaba el pavimento del tocador.

Palabra del Dia

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