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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Benita la Costurera dobla la mortaja y espabila los cirios con las tijeras que lleva pendientes de la cintura, y se balancean al extremo de una cinta azul que llaman hospiciana. DO
¿Qué te importa? respondió la resuelta costurera. Es que si no duerme... ya ves... ¡Cáspita, la cosa es grave! Calla, cobarde; ¡vergüenza había de darte! Voy a hacer ruido por el gusto de verte correr. Pablito la estrechó entre sus brazos y le dió una razonable cantidad de besos. La joven sonreía dichosa. Mas de pronto su frente se arrugó; su fisonomía expresó una gran severidad.
Intentaba sonreír como sí tomase a broma las palabras de Juanito, pero estaba ruborizada; se había detenido mirando al suelo, y tan turbados estaban los dos en medio de la calle, que el paraguas los dejaba al descubierto y la lluvia caía sobre sus hombros. El silencio era penoso. Juanito estaba asustado por la seriedad de Tónica. La costurera reflexionaba, y al fin habló.
Tantos y tan recios fueron los golpes, que la criatura, tratando de huir aquel martirio, se agarró con las manos crispadas a las sayas de su verdugo. Sin saber cómo, tal vez por haberse colgado inconscientemente a ellas, la cinta que las sujetaba se rompió y vinieron al suelo, dejando a la costurera solamente con la camisa. Dio un grito de vergüenza y se apresuró a levantarlas.
Un gato empuja la puerta y llega sigiloso hasta la cama de la muerta, donde comienza a maullar tristemente, con largos intervalos. Tras el gato entra Benita la Costurera. ¡Doña Monchiña, ni agua caliente había! Tuve que encender unas pajas... Parece talmente que entraron aquí los facciosos.
Entonces Paula pidió auxilio a Concha, la costurera, y mientras ésta la tenía sujeta a la silla, aquélla la fue despojando uno a uno de todos sus bucles. Después arregló como mejor pudo los cabellos que quedaban. ¡Qué lástima! volvió a exclamar la planchadora. Hija, no está mal así tampoco repuso Paula peinándola con esmero. En aquel momento apareció la señora en el cuadro de la puerta.
A su sobrina le prestaba servicios, haciéndole cuantos encargos eran compatibles con sus tareas artísticas. Solía ella enviarle con algún mensaje a casa de su costurera, o se valía de él para recados y compras.
Examinaba el menor detalle de su persona, alabando la delicadeza de sus gustos. Era una pobre costurera y llevaba siempre guantes. Aseguraba que no podía prescindir de ellos, así como de otras costumbres superiores a su clase, adquiridas cuando niña en casa de su madrina.
En efecto, el pequeño cortaplumas, de que la costurera se había valido para asesinar a su pérfido amante, atravesó la chaqueta, el chaleco, la camisa y la camiseta. En cuanto a la carne aborrecida del seductor, había quedado enteramente incólume. No poco se alegró éste de volver al gremio de los seres vivos.
La corcovada es su hija, y por más señas costurera, ¿sabes?, y con achaque de la joroba, pide también. Pero es modista, y gana dinero para casa... Total, que allí son ricos, el Señor me perdone; ricos sinvergonzonazos, que engañan a nosotras y a la Santa Iglesia católica, apostólica.
Palabra del Dia
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