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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Á los pocos dias, el capitan general salia en persecucion de los sitiadores y destacaba una fuerza que ocupó el cerro de Bárbula, en el ramal de los montes de Guataparo; y el 50 del mismo mes las columnas de Giraldot, D'Eluyar y Urdaneta atacaban la vanguardia española, y trepando la montaña el arma al brazo ponian en fuga al enemigo, haciéndole gran número de prisioneros.

Pero también es cierto que mientras los noveles armeros limpiaban sus bombardas y les hacían tragar un polvo negro que debe de ser obra del diablo y les atacaban una de sus pelotas de hierro, nosotros los arqueros blancos solíamos atizarles hasta diez flechazos cada uno, dejando ensartados y tendidos á buen número de aquellos bellacos, que Dios confunda.

Yo vi que de la popa colgaba una braza de cuerda; salté de peña en peña y comencé a escalar el Stella Maris a pulso. Al asomarme por la borda, una bandada de pájaros y de gaviotas levantó el vuelo, y tal impresión me hicieron que por poco me caigo al mar. Algunas de aquellas furiosas aves me atacaban a picotazos y revoloteaban alrededor de lanzando gritos agudos.

Buenos días, Catalina contestó grave y solemnemente el jefe del puerto de Grosmann . ¿Viene usted del Donon? ... Aquello va mal, amigo Jerónimo. Los kaiserlicks atacaban la granja cuando abandonamos la meseta. No se veían mas que uniformes blancos por todas partes, y ya comenzaban a franquear las defensas. Entonces ¿cree usted que Hullin se verá obligado a abandonar el camino?

Porque el buen coronel seguía creyendo firmemente que la primera batalla del Marne había sido un milagro de Santa Genoveva, de Juana de Arco ó de otra personalidad bienaventurada que podía intervenir en los combates de los hombres, como intervenían los falsos dioses cantados por Homero. ¿No peleó Santiago en las batallas de España siempre que los cristianos atacaban á los moros?...

Parece que el día 5 de Diciembre de aquel año, los escolares del colegio de Maese Rodrigo, escogieron por obispillo á un estudiante nuevo, según costumbre, el cual se llamaba Esteban Dongo, y colocándole su mitra de papel, comenzaron en la puerta de los estudios á rendirle el burlesco acatamiento que era uso; mas en vez de limitarse á las bromas corrientes, se entusiasmaron demasiado, alborotando mucho y dedicándose á recorrer las calles, en las cuales atacaban á cuantas mujeres y hombres veían al paso, haciendo detenerse los coches y arrojando de ellos á los que los ocupaban para que se inclinasen ante el obispillo.

El peinado consistía en un artificioso desorden, y más que con peine, parecía que se lo habían aderezado con una escoba; las puntas del sombrero les tocaban los hombros; las casacas, altísimas de talle, casi barrían el suelo con sus faldones; las botas terminaban en punta; de los bolsillos de su chaleco pendían multitud de dijes y sellos; sus calzones listados se atacaban a la rodilla con un enorme lazo, y para que tales figuras fueran completos mamarrachos, todos llevaban un lente, que durante la conversación acercaban repetidas veces al ojo derecho, cerrando el siniestro, aunque en entrambos tuvieran muy buena vista.

Salían a relucir en su tertulia todos los devaneos de la dama, corregidos y aumentados por los parásitos; se contaban anécdotas que harían ruborizar a un guardia civil; se atacaban hasta sus prendas corporales, diciendo que los dientes eran postizos, que tenía una cadera torcida y otras calumnias por el estilo.

Belarmino, cuando andaba suelto, era un hombre de cuidado, porque de cuando en vez le atacaban ramalazos de locura, y la locura es contagiosa, sobre todo la locura impía, que es la que a él le aquejaba.

En esas guerras dicen que murió un inglés muy valiente, aquel «Gordon el chino», que no era chino, sino muy blanco y de ojos muy azules, pero tenía el apodo de chino, porque en China hizo muchas heroicidades, y aquietó a la gente revuelta con el cariño más que con el poder; que fue lo que hizo en el Sudán, donde vivía solo entre los negros del país, como su gobernador, y se les ponía delante a regañarlos como a hijos, sin más armas que sus ojos azules, cuando lo atacaban con las lanzas y las azagayas, o se echaba a llorar de piedad por los negros cuando en la soledad de la noche los veía de lejos hacerse señas, para juntarse en el monte, a ver cómo atacarían a los hombres blancos.

Palabra del Dia

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