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Si yo la preguntara quién es esa mujer, ¿qué me contestaría usted? La rusa respondió con firmeza, fijando sus ojos en los del juez. Soy yo. ¡Ah! ¿confiesa usted? exclamó Ferpierre. ¡El otro día se ofendía usted de mis sospechas!... ¡Bien! Ahora dígame: ¿cuándo se efectuó ese cambio de relaciones entre ustedes? Cuando él vino a Zurich. ¿Vino expresamente por usted? No. ¿Por qué entonces?

Enamorado de ella, su compañero constante en Zurich, ¿no habría Zakunine abandonado a los impacientes agitadores, tanto por la enervante acción del amor cuanto por la persuasión que directamente ejercía sobre él la joven? ¿No se habría propuesto ésta hacer que el joven se desengañara, demostrarle la locura de las carnicerías inútiles? Estas suposiciones parecían verosímiles a Ferpierre.

A pesar de los cuantiosos gastos que exigen obras de esta naturaleza, y de los poquísimos elementos del pais, cuéntanse ya abiertas al público y en explotacion cinco líneas diferentes, que aunque de corta extension son utilísimas. De Bâle ó Basilea parten dos; de Zurich otra, y de Lausanne é Yverdun las restantes, ademas de la de Ginebra á Lyon.

Yo no vivía ya con ella. Venía a verla de vez en cuando. Entonces, ¿dónde tiene usted su domicilio? En Zurich. ¿Cuándo llegó usted? Anteayer. ¿Nada le hizo a usted sospechar su desesperado propósito? Noté que sufría más que de costumbre. ¿Alguna vez le propuso a usted separarse? Nunca. ¿Qué pensaba de las ideas políticas de usted, de sus actos?

¿Persiste usted en no querer contestar?... ¿Y cómo explica usted que cuando Zakunine sale de Zurich y viene aquí a Ouchy, usted, que antes no le había buscado, corre a verle, repetidas veces, en una casa que no era suya, y con él la encontramos allí mismo el día de la catástrofe? ¿Tampoco contesta usted ahora?

Desde la capital federal de Suiza á Zurich, la diligencia recorre la distancia en trece horas: allí se toma el corto trecho que hay de camino de hierro, se vuelve á subir á la diligencia por tres horas, y se llega á la frontera bávara, y desde allí á Munich, camino de hierro, tres horas y media.

Es decir, que los españoles dejamos de pelearnos precisamente cuando empezaba a pelearse todo el resto de la Humanidad... Por aquel entonces llegué yo a Madrid, y una noche, en un restaurant, me quedé asombrado al ver que los hombres no se arrojaban unos a otros objetos de vidrio ni de porcelana. ¡Y eso que, indudablemente, todos estaban allí de buen humor y todo el mundo tenía ganas de divertirse!... Había en el restaurant unas cuantas francesas que, tratadas algo a fondo, resultaban ser de Zurich o de Rotterdam; había otras mujeres que se declaraban vienesas, pero sin darle a esta declaración un carácter irrevocable, porque si uno insistía, decían que habían salido muy chicas de Viena, y que, «en realidad», eran de Dresde o de Leipzig.

Me recomendó a varias personas conocidas suyas, me consiguió lecciones de ruso, me proporcionó la ocasión de escribir en los diarios y revistas. ¿Cuánto tiempo estuvieron juntos? Un día. ¿Usted se fue, o él? Yo. ¿Se fue usted a Zurich?... ¿Se escribieron?... ¿Y cuándo se volvieron a ver? Un año después, en Lugano. ¿Estaba solo? .

Cuando emigró a Suiza ¿vino usted a buscarla? ¿La socorrió usted?... ¡Ya ve usted que estoy bien informado! Ella misma me lo ha referido todo. Primero la veía usted raras veces; pero desde abril, desde que se quedó usted en Zurich, han estado juntos. ¿Quiere usted reconocer, o no, que es usted su amante?

Un ciudadano suizo, del canton de Zurich, avecindado en el de Schwitz, el mas antiguo de la Helvecia, fabricó cuarenta monedas falsas, de veinte centimos cada una de valor, lo cual, reducido á nuestro modo de contar, forma la insignificante suma de treinta reales.