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¿Fue él quien se declaró, así, de improviso, después de no haber pensado en usted durante dos años? Permaneció varios meses en Zurich y nos veíamos todos los días. ¿No supo usted que, después de haber abandonado a la Condesa, vino precisamente de Zurich a buscarla? No. ¿Cómo es posible?

Las informaciones recogidas de la policía de Zurich eran, por otra parte, favorables a la nihilista. Tres años antes había salido de Rusia, sola, sin recursos, después de haber sido deportados su padre y su hermano a Siberia por actos revolucionarios.

Lo que pasó no sucedió entre ellos solos: yo estaba presente. ¿Cuándo? El día de la muerte, la misma mañana. Puesto que es necesario decirlo todo, voy a explicar a usted por qué me encontraba en aquella casa. Yo sabía que la última explicación debía venir y esperaba con impaciencia que el Príncipe me anunciase su resultado. Pero viendo que no iba a Zurich, vine yo en su busca.

Y entretanto, sus necesidades se habían hecho más urgentes. La última conspiración de Cronstadt le había costado tanto, que después no había sabido qué hacer: algunas cartas encontradas en Zurich, contestaciones a otras suyas, demostraban que se había dirigido a diversas partes insistiendo con apremio para que se le ayudara.

Conmovido por el dolor de Vérod, interesado vivamente por la difunta, desconfiaba más que nunca de los rusos. Al día siguiente del interrogatorio del joven, recibió, junto con varios paquetes de cartas, secuestradas en Niza y Zurich, las informaciones pedidas al jefe del departamento de policía y a la legación de Rusia en Berna, acerca de ambos nihilistas.