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A través de las sudamericanas, finas y elegantes, como si se hubiesen escapado de una lámina de periódico de modas, sus ojos buscaban con admiración á otras damas peor trajeadas, gordas, con armiños teatrales y joyas antiguas. Al encontrarse estas señoras en el atrio, hablaban con voces fuertes y manoteos expresivos, recortando enérgicamente las palabras.

Los «latinos», como usted dice, Maltrana, somos bellamente ligeros, más «alados» que estas gentes del Norte. Se ve la influencia aristocrática de los conquistadores andaluces en los pies breves y graciosos de las sudamericanas. El indio también tiene el pie pequeño... Pero ¡quién sabe si el mundo no está destinado a ser una presa de los pies grandes!

Ocupado en cumplir los encargos de unas señoras sudamericanas, no había podido saludar al joven cuando salió del hotel. Dudaba entre hacer el viaje en un vapor inglés hasta Marsella ó ir por ferrocarril á Génova, donde encontraría buques directos para Barcelona.

Pero transcurridas cuatro horas, un espectáculo extraordinario hizo salir a muchos de sus camarotes antes que de costumbre. Las señoras sudamericanas, vestidas de negro, con sombreros del mismo color y un velo ante los ojos, subían la escalinata de caoba con dirección a los salones, pasando entre los camareros agachados y en manga de camisa que fregoteaban peldaños y balaustres.

La mujer es aquí una esclava disfrazada: allí es donde es la reina. Eso es París ahora: el reinado de la mujer. Es preciso, Adelita, es preciso. Las mujeres más lindas de París son las sudamericanas. ¡Oh, no habría en París otra tan chispeante como ella!». Vea, Pedro interrumpió a este punto Ana, con aquella sonrisa suya que hacía más eficaces sus reproches , déjeme quieta a Adela.

Al deshacerse los grupos, volviendo unos a sus sillones y otros al interior del café, Fernando encontró a Conchita que paseaba con gracioso contoneo, sacando los codos, montada en altos y ruidosos tacones. Las señoras sudamericanas, al verla pasar, la llamaban «la española donosita». Sus ojillos negros y agudos se clavaron en Fernando. ¡Vaya usted con Dios, mala persona!

Sin embargo, España no estaba dispuesta a dar por perdidas sus colonias sudamericanas y mandó a Chile muchas tropas del Perú, baluarte del poder realista. Por fin, con la ayuda del patriota y soldado argentino, San Martín, se derrotó a los españoles en la batalla de Maipú en 1818, así poniéndose fin al poder español en Chile.

Por primera vez la gran fecha de Francia era festejada en un buque alemán; y mientras los músicos seguían paseando por los diversos pisos una Marsellesa galopante, sudorosa y con el pelo suelto, los grupos matinales comentaban el suceso. «¡Qué finura! decían las damas sudamericanas . Estos alemanes no son tan ordinarios como parecen.

Debían irse á Biarritz ó á las estaciones veraniegas del Norte de España. Casi todas las familias sudamericanas habían salido en la misma dirección. Doña Luisa intentó oponerse: le era imposible partir sin su esposo. En tantos años de matrimonio no se habían separado una sola vez. Pero la hosca negativa de don Marcelo cortó sus protestas. El se quedaba.

Montifiori ha convidado a todo el mundo: la casa es pequeña para contener la concurrencia; no faltan ni los desconocidos recientemente llegados; porque en Buenos Aires somos tan amables, que es más fácil abrir la puerta de un salón del gran mundo a un extranjero que acaba de llegar, sea quien sea, que a un hijo del país que nunca ha salido de su patria; ¡costumbres sudamericanas!