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Sólo variaba la postura, y para muchos ofrecía mayor seducción volver á la tierra de un modo fulminante, en plena embriaguez heroica, con una idea generosa en el pensamiento, que extinguirse lentamente entre sábanas, frente á una pared, manchado y envilecido por todas las suciedades de una materialidad que empieza á disgregarse.

Estaba este monarca en Deli, y gocé el gusto imponderable de contemplarle facha á facha el dia de la pomposa ceremonia en que recibió la celestial dádiva que le enviaba el cherif de la Meca, y era la escoba con que se habia barrido la santa casa, la caaba, la belh-Alah: escoba que es el símbolo que alimpia todas las suciedades del alma.

Basta arrojar una mirada imparcial sobre algunas recientes y famosas producciones francesas, en que se describe la vida de los campos y de las minas, para convencerse de que el escritor no las ha observado y pintado con sinceridad, sino que ha acumulado con visible artificio en una comarca todos los crímenes, suciedades y horrores que ha leído en la prensa de varios años, acaecidos en los distintos departamentos de Francia.

Déjala sin los cuidados de la higiene moderna, y resultará una bestia inmunda, roída por internas suciedades... Pero no es eso lo que me hace huir de ella. Calló, añadiendo poco después con tristeza: No puedo estar al lado de una mujer sin encontrarme con la imagen de la muerte.

Sólo una humanidad inferior gritó puede llevar en sus bolsillos semejantes porquerías. No creo que tengan empeño los Hombres-Montañas, si gozan de sentido común, en adquirir tales suciedades. Esto debe ser simplemente un vicio, una mala costumbre del gigante que ha venido á perturbarnos con su presencia. Pero una nueva aparición borró el malestar del público, imponiendo silencio al tribuno.

No veía la muchedumbre famélica esparcida a sus pies, la horda que se alimentaba con sus despojos y suciedades, el cinturón de estiércol viviente, de podredumbre dolorida. Era hermosa y sin piedad. Arrojaba la miseria lejos de ella, negando su existencia.

Mas hete aquí que, apenas lo hubo efectuado, saltó hecha un basilisco Micaela, la más irascible de las cuatro nereidas que nadaban en las profundidades de la morada del Jubilado: ¡Qué desvergüenza!... Esos no son juegos decentes, sino suciedades... No me extraña de Núñez, porque los hombres ¿a qué están?

8 Mis santuarios menospreciaste, y mis sábados has profanado. 9 Calumniadores hubo en ti para derramar sangre; y sobre los montes comieron en ti; hicieron en medio de ti suciedades. 10 La desnudez del padre descubrieron en ti; la inmunda de menstruo forzaron en ti.

Cuando D.ª Teodora volvió la cabeza para ver quién la apretaba tanto y se encontró con Osuna, cambió de color. Aquel maldito jorobado no la dejaba jamás en paz. En la tertulia, en el paseo, en el teatro, en la iglesia, en todas partes donde tuviera ocasión de aproximarse, era sabido que se veía necesitada a sufrir el contacto asqueroso de sus piernas y a veces de sus manos también. Osuna conocía bien el terreno que pisaba. La bella y pudorosa jamona se hubiera caído antes muerta de vergüenza que confesar a alguno los atentados de que era objeto. Pero si no los confesaba, cualquiera podría cerciorarse de ellos, observando el estado de agitación en que se hallaba. En esta ocasión el jorobado anduvo audaz en demasía. D.ª Teodora comenzó a dar muestras tales de inquietud que para cualquiera serían visibles. D. Juan no las vio, sin embargo. Era un varón puro y magnánimo, incapaz de sospechar las grandes suciedades que puede haber sobre la tierra. Pero D. Peregrín, como hombre de mundo, concluyó por advertir algo de lo que pasaba. Espió a Osuna con el rabillo del ojo, y cuando penetró en su espíritu gubernamental el convencimiento de la trasgresión que se estaba cometiendo, comenzó a roncar y silbar por la nariz como un vapor en peligro, lanzando al mismo tiempo centelleantes miradas de indignación al audaz jorobado.

Estos son suciedades y manchas, los cuales comiendo con vosotros, juntamente se recrean en sus engaños; 14 teniendo los ojos llenos de adulterio, y no saben cesar de pecar; cebando las almas inconstantes; teniendo el corazón ejercitado en codicias, siendo hijos de maldición;