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A Loppi le costó mucho trabajo llegar a su casa, porque estaba cambiado todo el país, y en vez de matorrales había ganados y siembras hermosas, y en medio de todo una casa muy rica con un jardín lleno de flores. Una princesa bajó a saludarlo a la puerta del jardín, con un vestido de plata. Y la princesa le dio la mano. Era Masicas: «Ahora , Loppi, que soy dichosa. Eres muy bueno, Loppi.

El labrador está contento, y espera pagar la contribución, los intereses del préstamo que le hizo el judío de la localidad; comprar aperos nuevos, remendar la casa, regalarse por San Juan, y aun guardar en el bolso tal cual pieza de á cinco duros para lo que pueda sobrevenir. Escarda los trigos y los garbanzos, las lechugas, las habas; aporca las patatas, y todas las siembras de primavera.

Los manobos, á semejanza de los negritos, á que deben su origen al mezclarse éstos con los malayos, no dedican gran atención á las faenas agrícolas, pues éstas se reducen á desmontar el sitio que juzgan adecuado, y sin otra preparación hacen sus siembras, cogen las cosechas, y para otra buscan nueva sementera.

El hombre de La Edad de Oro es así, lo mismo que los padres: un padrazo es el hombre de La Edad de Oro: como una estatua que hay del río Nilo, donde hace de río un viejo muy barbón, y encima de él saltan, y juegan, y dan vueltas de cabeza los muchachos traviesos, lo que no quiere decir, por supuesto, que el río Nilo sea un viejo de verdad, ni que sus cien hijos jugaran así encima de él, sino que el río Nilo es como un padre para toda aquella gente de las tierras de Egipto, porque les humedece los sembrados cada vez que baja de los montes con mucha agua, y así las siembras les dan mucho fruto: por eso quieren al río los egipcios como si fuera persona, y lo pintan tan viejo, porque desde hace miles de años ya hablaban del Nilo los libros de entonces, que estaban escritos en unas tiras largas que hacían de una yerba, y luego las enrollaban alrededor de una varilla, y las metían en su nicho, como los que tienen ahora los escritorios para guardar los papeles.

Al principio, nadie le concedió por aquí gran importancia al alzamiento; pero apenas comenzaron á llegar noticias alarmantes, los que viven á distancia de las poblaciones se pasaban el día en éstas, ávidos de saber las últimas noticias del movimiento y llenos de una gran incertidumbre, pues luchaban entre la idea de abandonar sus bohíos, con sus animales y sus siembras, ó aguardar en el campo la terminación de este movimiento.

Así siguieron contemplando el estado del campo y el de las haciendas, gordas «a rajarlas con la uña». ¿Qué año excepcional, eh? Así es, don Melchor, para las siembras y la hacienda. A eso me refiero. Yo también... ¿Por qué me lo dice en ese tono? Vea, don Melchor... yo quería hablar con usted... si me permite... ¿sabe?... porque no querría faltarle... ¿me comprende?...

Al mismo tiempo serían embarazosas a la factoría las crecidas siembras, cultivo y recogidas del tabaco, pero sería fácil el beneficiarlo después de recogidas las hojas; y así lo que convendría era que los indios, y cualesquiera otros particulares, hiciesen las siembras en sus mismas chacras y comprarles la hoja en recogiéndola sazonada, pagándosela de contado al precio que se regulase, de modo que le quedase una moderada utilidad a la factoría, a la que, con los aperos correspondientes, le sería facilísimo el beneficiar crecidas porciones de tabaco negro y colorado, aplicando a cada clase el que fuese mejor para ella.

En segundo lugar, cuidaría el gobernador de que a los indios no se les impidiese el sembrar y hacer sus chacras en donde les pareciese y acomodase, como lo practican ahora; pues, estando acostumbrados todos ellos a tener chacras, es preciso que a lo menos los primeros años sigan esta misma costumbre, hasta que la experiencia les haga conocer que no necesitan todos tenerlas; pues, con el dinero que adquieran con sus jornales o en otras ocupaciones, comprarían lo necesario a otros, y sería perjudicial a ellos si se les estorbasen las siembras donde y como quisieran hacerlas.

Era riquísimo el Egipto, como que el gran río Nilo crecía todos los años, y con el barro que dejaba al secarse nacían muy bien las siembras: así que las casas estaban como en alto, por miedo a las inundaciones.

Napoleón y lord Byron padecían de estos arrebatos, de estos furores causados por el exceso de la vida. Rosas se distingue desde temprano en la campaña por las vastas empresas de leguas de siembras de trigo que acomete y lleva a cabo con suceso, y sobre todo por la administración severa, por la disciplina de hierro que introduce en sus estancias.