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Pero como las noticias eran cada vez más alarmantes, esto produjo en todos los montunos el efecto más desastroso, y comenzaron á llegar á las poblaciones carretas cargadas de muebles, gallinas y frutos, y á los destacamentos de la Guardia Rural venían los hombres con sus caballos á ofrecerlos al Gobierno, antes que las hordas de alzados se apoderasen de ellos.

Esto parecía disgustar mucho a la tripulación prisionera, especialmente a la marinería, y hasta me pareció advertir murmullos alarmantes, que no habrían sido muy tranquilizadores para los ingleses si éstos los hubieran oído. Por lo demás, no quiero referir incidentes de la navegación de aquella noche, si puede llamarse navegación el vagar a la ventura, a merced de las olas, sin velamen ni timón.

El despego que le mostraban las gentes había ido en aumento, convirtiéndose en franca impopularidad. Los que el día anterior fingían no verle le miraban ahora con una fijeza hostil. Su decadencia iba unida á la del pobre Hombre-Montaña. Los envidiosos de su antigua gloria se aproximaban únicamente para darle noticias alarmantes sobre la suerte de su protegido.

La guerra toma proporciones alarmantes, y en Navarra se ven y se tocan las desastrosas consecuencias de la desgraciada acción de Eraul. Joaquín Pez marcha a Biarritz. Isidora tiene que quedarse en Madrid para averiguar el paradero de su hermano, que ha desaparecido del colegio en que estaba. Consternación. Nuevo Gabinete. Asesinato del coronel Llagostera.

Ella se quedó pasmada, como quien por vez primera advierte una cosa que le extraña. Por la noche me pareció que estaba más seria que de ordinario y que con extrema habilidad me vigilaba de cerca. Arreglé mi actitud de conformidad con aquellos indicios, muy leves, sin duda, pero no por eso menos alarmantes.

Pero entretanto la mina se cargaba sordamente: venian noticias alarmantes desde Madrid; D. José Palafox y Melci habia llegado herido desde Bayona, y la relacion de las desgracias de un Rey tan idolatrado como Fernando 7.º habian producido aquella impresion que no podian menos de causar en un pueblo tan generoso y tan fiel como Zaragoza.

Una tarde en que el idilio alcanzó proporciones alarmantes, y en que su boca sedienta de besos, pedía y pedía sin cesar pruebas del amor que reflejaban los ojos de la hija del cliente respetable, ésta le prometió la gloria: a las doce de la noche le esperaría en la sala de su casa en la calle de las Artes , cuyo zaguán sería dejado entreabierto para darle paso.

Pero después caía en la huerta obscura, con sus ruidos misteriosos, sus bultos negros y alarmantes que pasaban saludándola con un «¡Bòna nitlúgubre, y comenzaban para ella el miedo y el castañeteo de dientes. No la intimidaban el silencio y la obscuridad. Como buena hija del campo, estaba acostumbrada á ellos. La certeza de que no iba á encontrar á nadie en el camino la hubiera dado confianza.

Don Acisclo se enojó y se enfurruñó un poco. Doña Luz, sin embargo, en vez de enmendarse, siguió riendo, y terminó por prorrumpir en sonoras carcajadas. ¿Qué pasa? ¿Qué hay de tan gracioso para reír así? dijo D. Acisclo. Doña Luz no contestó, y rió con más violencia. Su risa vino a tener muy alarmantes condiciones. Se conocía que era ya independiente de su voluntad: nerviosa, insana.

Al principio, nadie le concedió por aquí gran importancia al alzamiento; pero apenas comenzaron á llegar noticias alarmantes, los que viven á distancia de las poblaciones se pasaban el día en éstas, ávidos de saber las últimas noticias del movimiento y llenos de una gran incertidumbre, pues luchaban entre la idea de abandonar sus bohíos, con sus animales y sus siembras, ó aguardar en el campo la terminación de este movimiento.