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Allí, como en nichos, habitaban las herederas de muchas familias ricas y nobles; habían dejado, en obsequio al Crucificado, el regalo de su palacio ancho y cómodo de allá arriba por la estrechez insana de aquella pocilga, mientras sus padres, hermanos y otros parientes regalaban el perezoso cuerpo en las anchuras de los caserones tristes, pero espaciosos de la Encimada.

Tan violento fue que el conde Enrique se llenó de miedo, llamó al aya e hizo que trajesen a Poldy una taza de tila. Cuando al fin se calmó Poldy, y cuando pasó su risa insana, empezó a suspirar y a sollozar, y derramó un mar de lágrimas. Todavía se notaba en ella un raro movimiento nervioso.

El propio calor de sus palabras llevó a Maximiliano a una exaltación que parecía insana. No podía estar quieto ni callado. Levantose y fue por los pasillos adelante, hablando solo en baja voz o haciendo gestos. El pasillo estaba oscuro; pero él conocía tan bien todos los rincones, que andaba por ellos sin vacilación ni tropiezo.

Ellos la mies ante su hoz rindieron, Y el surco abrieron en la dura gleba, Ellos al bosque secular vencieron Y á par del buey se ataron á la esteva. De la ambicion insana preservados Su vida oscura fué, sus penas leves... Mas no por esto sean despreciados Del pobre los anales simples, breves!

Si me despierto en el silencio de la alta noche y oigo que algún campesino enamorado canta, al son de su guitarra mal rasgueada, una copla de fandango o de rondeñas, ni muy discreta, ni muy poética, ni muy delicada, suelo enternecerme como si oyera la más celestial melodía. Una compasión loca, insana, me aqueja a veces.

Cerrando los ojos, invocó a Dios y a la Virgen, de quien esperaba auxilio para poder curarse de aquella insana antipatía; pero ni por esas... «Si no le puedo ver; ¡si me iría al fin del mundo por no verle...! ¡Y yo creí que le iba tomando cariño! ¡Buen cariño nos Dios! Ni yo en qué estaba pensando Feijoo... Tonto él, y yo más tonta en hacerle caso».

No vale el jurarme que no había nadie. Pues qué, ¿no tengo yo oídos?... ¿Estoy yo tonto?». Decía esto sentado al borde del lecho, la vela en la mano, mirando a su mujer, que continuaba fingiéndose dormida, con la esperanza de que se aplacara. Pero esto no era fácil, y una vez desatada la insana manía, ya había jaqueca para un rato.

Ella, con las mejillas cual la grana y cortada la voz por cien suspiros, llorosa le decia llena de rabia insana: «¡No te he querido nunca, no te quiero!» Y él tambien, á porfía, «Tampoco yo te quiero» le decia. Y al cabo, tantas cosas se dijeron, un odio tan eterno se juraron, que uno y otro su paso detuvieron y sin decirse adios, se separaron.

El desgraciado joven se dejó caer en un banco que en el recibimiento había, el cual semejaba banco de iglesia, y allí se transformó la máscara insana de su rostro, pasando de la furia a la consternación. «Garantíceme usted... pues... que mi honor está... lo que llaman intacto... y yo me tranquilizaré». «¡Tu honor! ¿Pero quién diablos se ha metido con él?

¿Quien libre podrá ser de esta señora, Sin que obligado sea de ordinario Como cautivo, Reina Emperadora, A serle de contino tributario? Ya dándole las gracias de hora en hora, Por el bien recibido, ya al contrario Juzgándola por loca y por insana, Ingrata, fementida, cruel, tirana.