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Cuando de depende la bienaventuranza de alguien, ¿cómo negarme a que sea bienaventurado? ¿Del chico mal que causo a mi D. Joaquín, sin que él lo sienta ni lo vea, no resulta un bien grandísimo para otros sujetos? ¿Qué cosa sustancial, qué tesoro, qué joya quito yo a mi D. Joaquín para que un extraño la disfrute? ¿Por qué no regalar a quien lo merece y puede con lo que mi D. Joaquín ya no sabe ni puede regalarse?

Y no solamente asistía el cabildo á los toros y las cañas, sino que de sus fondos hacía crecidos gastos en tales fiestas, así en el adorno del estrado que ocupaba, como en rodearse en él de ciertas comodidades y regalarse muy cumplidamente, conforme su clase requería.

En el comer era donde no escatimaba lo más mínimo. Adquiría, sin regatear, diariamente cuatro libras de pan, y hasta, a veces, solía regalarse el estómago con un trozo de queso o de cebolla, o con media docena de manzanas, compradas en el puente nuevo. Los domingos y días festivos permitíase el lujo de comer sopa y carne, y el resto de la semana se chupaba los dedos recordándolo.

Dexé á Roma muy satisfecho con la arquitectura de San Pedro. Viajé por Francia, donde reynaba á la sazon Luis el justo; y lo primero que me preguntáron fué si queria para mi almuerzo un trozo del mariscal de Ancre, que habia asado la gente, y le vendian muy barato á los que querian comprar su carne para regalarse.

Los más ordinarios son ésos dijo el Cojuelo , y los que ruedan más en el mundo. Y ahora me parece prosiguió diciendo que estarán mis amos menos indignados conmigo, pues la prenda que solicitaban por la tienen allá, hasta que vaya estotra mitad, que es el cuerpo, a regalarse en aquellos baños de piedra azufre. ¡Con sus tizones se lo coma ! dijo don Cleofás.

Y por cierto que en esta fiesta se dobló lo de regalarse, y según el documento que copió Collantes de Terán y dió á luz en el Archivo Hispalense, en el palco de la Catedral no se consumió más que lo siguiente: «Nueve garrafas de frío, tres de cada género de á treinta y seis vasos cada una.

La justicia lo persigue desde muchos años; su nombre es temido, pronunciado en voz baja, pero sin odio y casi con respeto. Es un personaje misterioso: mora en la pampa, son su albergue los cardales, vive de perdices y mulitas; si alguna vez quiere regalarse con una lengua, enlaza una vaca, la voltea solo, la mata, saca su bocado predilecto y abandona lo demás a las aves montesinas.

La otra es la Ocasion, si estas dos vienen Y con tu Aurelio tienen estrecheza, Verás á su braveza derribada Y en blandura trocada, y con sosiego Regalarse en el fuego de Cupido. Pues esas dos te pido que me invies, Y que no te desvies desta impresa. Tu mandado haré con toda priesa. Vanse. Salen AURELIO y SILVIA.

Suma era la alegría que llevaba consigo Sancho, viéndose, a su parecer, en privanza con la duquesa, porque se le figuraba que había de hallar en su castillo lo que en la casa de don Diego y en la de Basilio, siempre aficionado a la buena vida; y así, tomaba la ocasión por la melena en esto del regalarse cada y cuando que se le ofrecía.

Cuba, dice, exporta cada año para España seis millones de pesos fuertes en frutos, que pagan por derecho de importación tanto como valen. Supone luego que estos seis millones, que salen del bolsillo de los peninsulares que quieren regalarse con frutos ultramarinos, son también tributo ó dádiva que Cuba nos envía; y suma catorce millones.