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Le parecían más hermosos estos jardines de disfrute común que los de su propiedad, que todos le envidiaban. ¿Cómo podía haberse paseado solo en torno de su «villa», por las avenidas magníficas y solitarias, cuando existía en el mundo la voluptuosidad de sentarse en un banco público al lado de una mujer, ó caminar junto á ella pasando un brazo por su talle, lo mismo que aquellos pobres soldados y marinos?...

Y respecto a la elección de padrino, dijo en tono autoritario: Quisiera saber quién tiene más derechos que yo. Un grave silencio siguió a estas palabras, pero sea dicho en honor de todos los bromistas, el primer hombre que reconoció la justicia fue el organizador del espectáculo, privándose así del legítimo disfrute de su trabajo.

Desde tal día, el servicio en la Cortadura y en Matagorda me entretuvo algún tiempo, y no me fueron posibles aquellas visitas, ya tristísimas, ya alegres, que hacía a Cádiz; pero al fin, como el asedio no era penoso, disfruté de algún vagar, y un día púseme en camino de la calle Ancha, con intento de resolver allí qué dirección tomar.

En la isla no había ladrones. Las casas aisladas en pleno campo conservaban muchas veces la llave en la puerta mientras los dueños estaban ausentes. Los hombres no se mataban por cuestiones de interés. El disfrute del suelo estaba muy repartido, y la dulzura del clima así como la frugalidad de las gentes hacían que éstas fuesen generosas y poco apegadas a los bienes materiales.

Imperdonable sería renunciar al disfrute de estos tesoros y á la influencia reformadora, que, en la depuración del gusto dramático, tendría el conocimiento de esas composiciones tan notables, y escritas todas para la representación, no para la lectura.

En los seis meses que pasé á dos leguas de Génova, á orillas del mar más pintoresco del Universo y el más abrigado, en Nervi, sólo disfruté de una pequeña tempestad de corta duración; mas, en tan poco tiempo, rabió con inusitada furia. La vista no podía fijarse á gran distancia. Continuados torbellinos obstruían la visión. Poco se vislumbraba, y ese poco tenía sus límites y era espantoso.

La satisfacción por el pleno disfrute de su amor, podía en ella más que el miedo a las desdichas que su debilidad le acarrease. Don Juan pasaba noches felicísimas, gozando con los sentidos, porque la belleza de Cristeta le enloquecía; y con el entendimiento, porque de la boca de aquella mujer incomparable no salían sino frases de sinceridad y sumisión.

Con frecuencia disfruté allí la melancolía de la noche, ya me paseara por los obscuros arenales, ya desde lo alto de la población que corona la roca me entretuviera viendo esconderse el rey de los astros detrás del horizonte un tanto nebuloso.

Hablo con mis compañeros: unos me aconsejan que disfrute de la vida, y me ría de la gente; otros creen que saben algo, y se descarrian en sus desatinos; y todo aumenta la angustia que padezco. Muchas veces estoy á pique de desesperarme, contemplando que al cabo de todas mis investigaciones no ni de donde vengo, ni qué soy, ni adonde iré, ni qué he de ser.

La primera cuestión que surge es la siguiente: Publicado el Código penal en Filipinas, y vigentes por lo tanto sus artículos 155 y 156 que previenen que para los efectos de dicho código se entienda que, al hablar de España se comprende bajo tal denominación, cualquiera parte del territorio nacional: reputándose español toda persona que, según la Constitución de la monarquía goce de tal consideración, ¿se reputarán como españoles y con derechos y deberes de tales, á los hijos de padre y madre chinos nacidos en Filipinas, y á los no nacidos en aquellas tierras, pero radicados serán extranjeros con el disfrute del fuero que aquellos tienen?