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Collantes, que así se llamaba el poeta, sonreía, no ya con desprecio, sino con verdadera lástima, cuando le hablaba de mis sabios maestros de Santiago, y hasta una vez tuvo la crueldad de tirarme de la lengua en el café delante de otros compañeros, literatos también, para que desahogase mi entusiasmo por Tejeiro y otros que a me parecían eminentes profesores.

No son muy abundantes las noticias que existen de la primitiva fundación del hermano Toribio, y las más importantes á más de las que dan Asensio, Collantes y los papeles del conde del Aguila, se encuentran en un libro que vió la luz en Madrid en 1766, escrito por el padre Baca y cuyo título es el siguiente: «Los toribios en Sevilla breve noticia de la fundación de su hospicio, su admirable principio, sus gloriosos progresos y el infeliz estado en que al presente se halla: su autor el M. R. P. Fr.

D. Agustin Esteban Collantes, á la sazon ministro de Fomento, el mas plausible entusiasmo: nombró inmediatamente en Córdoba una comision que entendiese en los trabajos de esploracion, y facilitó el pequeño fondo que se creyó suficiente para llevarlos á cabo. Confiósenos al Sr.

Poco a poco, y sin saber cómo, fue penetrando también en mi mente la idea de que todo en el mundo era despreciable, excepto los teatros por horas. La astronomía, la química, la filosofía, la fisiología, cursilerías propias para ser cultivadas por los hombres inferiores, de los cuales mi amigo Collantes y sus compañeros se mofaban con mucho donaire, o como ellos decían, con muy buena sombra.

Y por cierto que en esta fiesta se dobló lo de regalarse, y según el documento que copió Collantes de Terán y dió á luz en el Archivo Hispalense, en el palco de la Catedral no se consumió más que lo siguiente: «Nueve garrafas de frío, tres de cada género de á treinta y seis vasos cada una.

No la estamparía en estas memorias si no me hubieran dicho personas que lo entienden que con ciertas confesiones de nuestras flaquezas gana mucho el estudio de la psicología. Aunque poeta lírico, profeso a la ciencia un respeto profundísimo, que las cuchufletas de Collantes y demás amigos dramáticos no han logrado entibiar.

Escribí algunos artículos de costumbres en los periódicos, y aunque no me dieron un cuarto por ellos, tuve la satisfacción de que Collantes declarase solemnemente, a la hora de almorzar, que «dramático, lo que se llama dramático, no lo sería nunca, pero en el género descriptivo podría aún dar mucho juego». Con este fallo tan lisonjero, confirmado por los tertulios del Oriental, quise volverme loco de alegría y me puse desde entonces con tanto afán a describir cuanto se me ofrecía delante, como si Dios me hubiera mandado al mundo exclusivamente con ese objeto.