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Actualizado: 10 de junio de 2025


Cada vez que salía de casa o asistía a un espectáculo, siempre, en fin, que me veía envuelto en los oleajes del mar de transeúntes o de espectadores, me acordaba del dicho de Neluco y me preguntaba a propio: ¿quién soy yo, qué represento, qué papel hago, qué pito toco en medio de estas masas de gente? ¿Para qué demonios sirven en el mundo los hombres que, como yo, se han pasado la vida como las bestias libres, sin otra ocupación que la de regalarse el cuerpo? ¿Quién los conoce, quién los estima, quién llorará mañana su muerte ni notará su falta en el montón, ni será capaz de descubrir la huella de su paso por la tierra? ¿Y para eso, para vivir y acabar como las bestias, soy hombre y libre y mozo y rico? ¿No serían una mala vergüenza una vida y una muerte así?

Desde el fondo de los ríos llega al mar uno de los más activos, de los más resueltos comedores: el esturión. Encaminándose á los ríos para procrear, sale de allí enflaquecido y áspero, y poseído de un apetito inmenso, introdúcese nuevamente en el mar para regalarse. ¡Qué dicha para aquel hambriento encontrar el gordo abadejo que se ha asimilado las legiones de arenques!

Rióse don Quijote de la aplicación del nombre, y el cura le alabó infinito su honesta y honrada resolución, y se ofreció de nuevo a hacerle compañía todo el tiempo que le vacase de atender a sus forzosas obligaciones. Con esto, se despidieron dél, y le rogaron y aconsejaron tuviese cuenta con su salud, con regalarse lo que fuese bueno.

Sacó la cartera y le pagó, presentando los billetes con arrogancia; calóse las gafas el otro, maravillado de tal espectáculo y metió las narices en ellos, menos por causa de su miopía, que por regalarse el olfato con su dudoso perfume, que al usurero debe trascender a gloria; y como quiera que don Raimundo, poco acostumbrado a la puntualidad de sus clientes, iba preparado a decir cuatro palabras agrias, los oídos rellenos de algodón para hacerse el sordo a las lamentaciones del deudor moroso, quedóse desarmado al ver los billetes en su mano, y sonrió, más de gozo íntimo, que por parecer amable.

En ninguna encontró aquella rara mezcla de amor ardiente y de cariño impecable, aquella voluptuosidad empapada de ternura, ni aquel sensualismo exento de vicio. ¡Los labios de fuego, las miradas castas! ¡Ah, necio y mentecato, que por propia culpa la perdió! «Ella..., ella ha hecho bien en casarse, o en regalarse a quien le haya dado gana.

El labrador está contento, y espera pagar la contribución, los intereses del préstamo que le hizo el judío de la localidad; comprar aperos nuevos, remendar la casa, regalarse por San Juan, y aun guardar en el bolso tal cual pieza de á cinco duros para lo que pueda sobrevenir. Escarda los trigos y los garbanzos, las lechugas, las habas; aporca las patatas, y todas las siembras de primavera.

Palabra del Dia

rigoleto

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