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Actualizado: 2 de julio de 2025
Entonces quedé solo, mirando como un idiota el mar desierto. Todos, sin saber lo que hacían, se habían arrojado al mar, envueltos en el sonambulismo moroso que flotaba en el buque. Cuando uno se tiraba al agua, los otros se volvían momentáneamente preocupados, como si recordaran algo, para olvidarse en seguida.
En esto, muy sencillo; cuando se siente fatiga intelectual por exceso de estudio hay tres medios de combatirla; primero, dejar la lectura, procedimiento moroso cuando el mal es intenso; segundo, hacer ejercicios físicos, procedimiento violento para restablecer el equilibrio de los centros nerviosos; y tercero, cambiar de lectura... leer alguna cosa sencilla... trivial... una novela, por ejemplo.
Pero ya se sabía que un diligente padre de familia tiene que ser un héroe. Empezaban los sacrificios, y bien que dolían; pero adelante. La seriedad de la nueva lucha se conocía en eso, en el dolor. Todos miraron a Bonis, y después a don Nepo, que era el llamado a contestar. Don Juan, que era sumamente moroso y tranquilo, había cambiado mucho con las enseñanzas y excitaciones de Marta.
Sacó la cartera y le pagó, presentando los billetes con arrogancia; calóse las gafas el otro, maravillado de tal espectáculo y metió las narices en ellos, menos por causa de su miopía, que por regalarse el olfato con su dudoso perfume, que al usurero debe trascender a gloria; y como quiera que don Raimundo, poco acostumbrado a la puntualidad de sus clientes, iba preparado a decir cuatro palabras agrias, los oídos rellenos de algodón para hacerse el sordo a las lamentaciones del deudor moroso, quedóse desarmado al ver los billetes en su mano, y sonrió, más de gozo íntimo, que por parecer amable.
Bonifacio era un hombre pacífico, suave, moroso, muy sentimental, muy tierno de corazón, maniático de la música y de las historias maravillosas, buen parroquiano del gabinete de lectura de alquiler que había en el pueblo.
Tras, tras, tras, sonaban los cascabeles, con lento giro, consumiendo en forma de hilo moroso la abultada y sucia madeja de las horas nocturnas, que forzosamente había que hilar y devanar. Después de lo que Apolonio calculó como una eternidad de silencio, se atrevió a decir: No conozco la topografía de la provincia, porque no soy indígena. Ignoro a que distancia está Inhiesta.
Palabra del Dia
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