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Luego de saludar Canterac ceremoniosamente desde lejos á su adversario y á los padrinos de éste, empezó á pasearse por la orilla del río. Fingía divertirse siguiendo con sus ojos el revuelo de los pájaros matinales ó arrojando piedras á la corriente. El contratista, que deseaba no ser menos que él, imitándole en todo, se paseó también junto á los sauces, mirando al río.

Hablando él y yo escuchando, las horas nocturnas, de negra clámide, se habían ido alejando armoniosamente; las horas matutinales danzaban ya en los umbrales del día, y un revuelo de sus túnicas color violeta penetraba por la hendedura de nuestros balcones; la aurora, con dedos de rosa, golpeaba silenciosamente en el vidrio de nuestras pupilas.

El príncipe, si no asistía á un concierto, se quedaba con Novoa y el coronel en una loggia del piso alto, contemplando el mar. La guerra había poblado esta parte del Mediterráneo. En tiempos normales era un mar desierto y monótono, sin otros incidentes que el revuelo de las gaviotas, los espumosos saltos de los delfines y algún que otro trapo de barca pescadora.

La desaparición del famoso coq levanta entre los grandes comediantes parisinos formidable revuelo: todos quieren sustituirle: Le Bargy declara que, por representar «Chantecler», está dispuesto á salir de la Comedia Francesa; los «societaires» de la Casa de Molière protestan; el asunto llega á la Cámara, y las discusiones continúan, hasta que Edmundo Rostand entrega su comedia á Luciano Guitry. ¡Buena elección!

Tal vez en la corola de las florecillas hay una gota del alma de Alicia, y las mariposas la beben para continuar su ebrio revuelo sobre las tumbas. ¡La primavera! El príncipe levanta su pensamiento sobre el dolor individual.

Por esto no se impresionó gran cosa con la muerte de su padre. Desgracias de mayor gravedad traían preocupado al seminarista. Eran los tiempos de la revolución de septiembre. En la catedral y el Seminario había gran revuelo, comentándose de la mañana a la noche las noticias de Madrid. La España tradicional y sana, la de los grandes recuerdos históricos, se venía abajo.

¿Qué es lo que es aquello? interroga el señor Colignon, solicitado por insólito revuelo y algarabía que se ha movido entre los viejos, al pie del casón. Belarmino ni siquiera vuelve la cabeza a mirar. Nada le inspira curiosidad. Pasa algún tiempo. La hermana Lucidia se acerca al rincón habitual en donde se halla Belarmino, y le entrega un papelito verdiazul, plegado. Es un telegrama.

Y ello en una forma ágil y fácil, siempre viva, animada siempre. De ahí que el interés no decae un solo instante, sostenido aquí por la ternura, allí por lo patético, allá por el drama íntimo, acullá por un revuelo lírico y en todas partes por un perfecto acuerdo entre el mundo evocado y la energía evocadora. Junio 10 de 1908.

Estaba Miguel cerca de la «mesa del suicida», junto á la entrada de los salones privados, cuando notó cierto revuelo en el público. Se buscaban los grupos para transmitirse una noticia; los antiguos clientes se agitaban con una emoción profesional. Algo importante estaba ocurriendo.

Con el entrecejo fruncido contemplaba la llanura. ¡Tumbas... siempre tumbas! El recuerdo de Julio había pasado á segundo término en su memoria. No podría resucitarle por más que llorase. La vista de los campos de muerte sólo le hacía pensar en los vivos. Volvió sus ojos á un lado y á otro, mientras sujetaba con ambas manos el revuelo de sus faldas, movidas por el viento.