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Respondió Barquín: «Luego debemos admitir que la aristocracia moderna es la del dinero....» Dijo la duquesa: «Me cisco en esa aristocraciaAsí dijo. Y prosiguió: «Toda esta aristocracia de ricos se compone de negreros, de aprovisionadores de ejército, de prestamistas con pacto de retro, de desamortizadores; en una palabra: ladrones. No es que me escandalice.

En seguida, levantándose de la silla y fingiendo un enojo implacable, agregó: ¡Vade retro! ¡vade retro! señor hipócrita, señor apestado, señor brujo, leña de Satanás! Sépase el galancete que su alma están en propincuo peligro de perdición, si es que ya no la tiene vendida al infierno, y que a no existir el secreto sacramental sería entregado aquí mismo a los familiares del Santo Oficio.

El Magistral recordó que en aquella misma berlina u otro coche de la misma casa por lo menos, pocas semanas antes iba él llorando de alegría, llena el alma de esperanzas, de proyectos que le hacían cosquillas en los sentidos y en lo más profundo de las entrañas. Y ahora un presentimiento le decía que todo había acabado, que Ana ya no era suya, que iba a perderla, y que aquel viaje al Vivero era ridículo; que si estaba allí Mesía, como era casi seguro, todas las ventajas eran del petimetre. Vestía el Provisor balandrán de alpaca fina con botones muy pequeños, de esclavina cortada en forma de alas de murciélago. Tenía algo su traje del que luce Mefistófeles en el Fausto en el acto de la serenata. Había deliberado mucho tiempo a solas: ¿qué ropa llevaría? Cada vez le pesaba más la sotana y le abrumaba más el manteo. El sombrero de teja larga era odioso; demasiado corto era cursi, ridículo, parecía cosa de don Custodio; muy cerrado, antiguo, muy abierto, indigno de un Vicario general. ¿Iría de levita? ¡Vade retro! No, el cura de levita se convierte por fuerza en cura de aldea o en clérigo liberal. El Magistral muy pocas veces recurría a tal indumentaria. Oh, si le fuera lícito vestir su traje de cazador, su zamarra ceñida, su pantalón fuerte y apretado al muslo, sus botas de montar, su chambergo, entonces , iría de paisano, y la vanidad le decía que en tal caso no tendría que temer el parangón con el arrogante mozo a quien aborrecía. , a quien aborrecía. Don Fermín ya no se lo ocultaba a mismo. No daba nombre a su pasión, pero reconocía todos sus derechos y estaba muy lejos de sentir remordimientos. «

¡Apresad al monstruo! gritó Santiago retrocediendo con su escudo viviente , es el condenado, apresadle... Vade retro, Satanas... ¡Santiago, San José, tened piedad de nosotros! Pero, teniente... si esto no es... más que un buey ¡por la Virgen! un excelente buey que se mueve. ¡Con siete balas en el cuerpo! Y la luz que se trajo de la cámara, permitió comprobar la exactitud de este curioso boletín.

De pronto, al hincar su mordedura en la parte más gruesa, hizo un gesto espantoso y arrojó la fruta al corredor, sacudiendo los brazos y exclamando: ¡Vade retro, vade retro! El Enemigo acababa de mostrarle en aquella poma ceñida y abultada las formas de la mujer.

Vuelta a Vetusta. Un mozalbete se enamora de cualquiera de las niñas... ¡Vade retro! Se le despide con cajas destempladas.