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Pues sépase que estaba muy triste, porque el señor de Malespina no había parecido aquel día, ni escrito carta alguna, siendo inútiles todas mis pesquisas para hallarle en la plaza. Llegó la noche, y con ella la tristeza al alma de Rosita, pues ya no había esperanza de verle hasta el día siguiente.

Sépase, pues, que era un buen mozo en toda la extensión de la palabra: alto, ligero, bien formado, cabello negro, ojos negros también y llenos de fuego y de dulzura. La color trigueña, la dentadura blanca, los labios finos, aunque relevados, lo cual le daba un aspecto desdeñoso; y algo de atrevido y varonil en todo el ademán, a pesar del recogimiento y de la mansedumbre clericales.

Y como la historia ha de atreverse a decirlo todo, según manda Tácito, sépase que Anita, casta por vigor del temperamento, encontraba exquisito deleite en verificar la justicia de aquellas alabanzas. Era verdad, era hermosa. Comprendía aquellos ardores que con miradas unos, con palabras misteriosas otros, daban a entender todos los jóvenes de Vetusta. Pero ¿el amor? ¿era aquello el amor?

La mayor parte de sus empresas políticas eran soñadas, y sólo las creían ya poquísimos oyentes, entre los cuales Ido del Sagrario era el de mayores tragaderas. Para completar su retrato, sépase que no había estado en Cartagena.

En seguida, levantándose de la silla y fingiendo un enojo implacable, agregó: ¡Vade retro! ¡vade retro! señor hipócrita, señor apestado, señor brujo, leña de Satanás! Sépase el galancete que su alma están en propincuo peligro de perdición, si es que ya no la tiene vendida al infierno, y que a no existir el secreto sacramental sería entregado aquí mismo a los familiares del Santo Oficio.

Dijo: Sépase el perro usurero que harto se me alcanza hacia donde encamina su intención, y sépase también que, aunque juntara todo el oro que ha robado hasta aquí, y el que ha de robar en lo venidero, por arte de su puerca avaricia, nunca tendría con qué pagar un añico, tan sólo, de estos retratos, que valen para mucho más que todas las riquezas de las Indias.

En efecto: ya se ha dicho que Simón fué durante cinco años asistente de su coronel, y que le despidió colmándole de atenciones, y, al decir del licenciado, de pruebas «de una buena estimación y una fina amistad». Pues sépase ahora, y es la verdad, que a pesar de haber sido ascendido a general en menos de dos años, por no qué ni cuántos pronunciamientos, el tal señor coronel no se desdeñaba de responder muy atento a las cartas en que Simón le enviaba la enhorabuena, ni le escaseaba las ofertas de hacer algo por él cuando fuese necesario; ofertas que cumplió en dos ocasiones, en las cuales el ex asistente le puso a prueba, no muy dura por cierto, en beneficio de dos convecinos suyos que se creyeron atropellados por la Administración de Hacienda.

Estaba tan furioso el cura por lo mal que le había salido aquella compostura, y su amor propio de arreglador padecía tanto, que no pudo menos de desahogar su despecho con estas coléricas razones: «Pues sépase usted que está condenada, y no le vueltas: condenada». No se sabe si este procedimiento del terror hizo su efecto, porque Fortunata no contestó nada.

Sépase, empero, que el tipo general y genuino, el arquetipo, el dechado, no es alto y recio como el de la hermosa cariátide vascongada, por ejemplo; ni fresco y amplio como el de las mujeres de Rubens; ni pequeño y pardo como el de las hijas del interior de España: sépase también que las bellas están en Granada en mayoría, y sépase, en fin, que casi todas tienen poco hueso, pie diminuto, provocativo talle, la color algo quebrada, rasgados ojos obscuros y sus indispensables interesantísimas ojeras.

Como quiera que sea, esta publicacion no es otra cosa que una galería de cuadros naturales tomados á la vista: los colores que empleo, tomados de mi pobre paleta, son débiles pero exactos. Y basta para un prefacio: era indispensable consignar que este libro no es hijo de la moda: si no me equivoco, lo he apuntado ya, y si no se entiende bien, sépase al ménos que yo he pretendido decirlo.