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En el borde de la balsa hay una pila de fondo verdinegro. Las abejas se abrevan en su agua limpia. El agua nace en un montecillo propincuo, corre por subterráneos atanores de barro, surte de un limpio caño, cae transparente con un placentero murmurio en la ancha pila. La casa es grande, de pisos desiguales, de estancias laberínticas.

Los templos, las casas nuestras Levantadas en concordia Os piden misericordia, Hijos y mugeres vuestras. Ablandad, claros varones, Esos pechos diamantinos, Y mostrad qual Numantinos Amorosos corazones: Que no por romper el muro Remediais un mal tamaño, Antes en ello está el daño Mas propincuo y mas seguro.

En seguida, levantándose de la silla y fingiendo un enojo implacable, agregó: ¡Vade retro! ¡vade retro! señor hipócrita, señor apestado, señor brujo, leña de Satanás! Sépase el galancete que su alma están en propincuo peligro de perdición, si es que ya no la tiene vendida al infierno, y que a no existir el secreto sacramental sería entregado aquí mismo a los familiares del Santo Oficio.

El tranco II, verbigracia, en que entrambos, desde el capitel de la torre de San Salvador, descubierta «la carne del pastelón de Madrid», otean después de la media noche cuanto sucede en la coronada villa, trae a la memoria, por la traza y manera, como indiqué en las notas de mi edición crítica del Quijote , aquella inspección que desde la torre de la Giralda de Sevilla, y acompañado asimismo de un cicerone, el maestro Desengaño, había hecho Rodrigo Fernández de Ribera, autor de Los Antoios de meior vista . El desaforado poeta del tranco IV es pariente propincuo de otros dos muy conocidos en nuestra literatura: el del Coloquio de los Perros, de Cervantes, y el de la Vida del Buscón, de Quevedo.

¿Sabéis lo que pienso, Ramiro? exclamó de pronto el Canónigo, con todo el busto hundido en la obscuridad; pienso que vuestra virtuosa madre acaba de hablaros por boca de ángel, como se dice, y que agora más que nunca, en presencia del riesgo propincuo que corren a la vez vuestra alma y vuestra honra, os debéis echar sin tardanza en brazos de la Santa Iglesia.