United States or South Korea ? Vote for the TOP Country of the Week !


La multitud, chocando cestas y capazos, arremolinábase en el arroyo central; dábanse tremendos encontrones los compradores; algunos, al mirar atrás, tropezaban rudamente con los mástiles de los toldos, y más de una vez, los que con el cesto de la compra a los pies regateaban tenazmente eran sorprendidos por el embate brutal y arrollador del agitado mar de cabezas.

Porque nunca faltó, de una banda o de la otra quien, por descuido, por desgracia o por necesidad, se viera cogido y sepultado en la montaña por una cellerisca de nieve; y eso que no se le regateaban los socorros, sin miedo a los ejemplos de muchos que allá se habían quedado con los socorridos, envueltos en una misma mortaja.

Los días de paga, muchos, al salir, miraban con ojos iracundos las ventanas del primer piso, como si fuesen á asomar á ellas los administradores que regateaban el precio de su faena, cercenándolo con multas y descuentos por tardanzas ó descuidos en el trabajo. Si miraban más arriba era con el respeto que á la gente sencilla inspira el estudio.

En las embarcaciones menores había mercaderes que, puestos de pie y agitados como polichinelas por las ondulaciones de la bahía, regateaban sus telas exóticas con la muchedumbre de tercera clase amontonada en las bordas a proa y a popa.

Mi respetable abuela me ha contado que todas las damas encopetadas de su tiempo sólo iban a la Opera atraídas por el baile, y no regateaban sus aplausos a los bailadores. Nosotros, a nuestra vez, protegemos a las bailarinas: ¡maldito él que piense mal!

Y hasta el amanecer estuvieron fantaseando sobre el porvenir, arreglando todos los detalles de la fuga. Ella partiría cuanto antes; él iría a su encuentro dos días después cuando hubiese renacido la confianza y todos la creyeran lejos, muy lejos. ¿Dónde se encontrarían? Primero pensaron en Marsella, pero era demasiado lejos. Después en Barcelona. Regateaban las horas y los minutos.

Estaba ocupado en vender un tapabocas a dos mujeres que llevaban de las manos a un chiquillo barrigudo, y era de admirar la paciencia con que aquel hombre, siempre sonriendo, sufría a las feroces compradoras, que por seis reales regateaban durante ¿media hora.

Tampoco tuvo en la prensa todo el éxito que mereció la casi augusta solemnidad con que el buen marqués de Montálvez desempeñó su papel en la fiesta, particularmente durante el breve rato que conversó aparte con el presidente del Consejo de Ministros, y cuando, después de estrecharle reverentemente la mano le dijo algunas palabras al oído el Capitán general de Madrid, vestido de gran uniforme. ¡Oh, qué actitudes y qué mímica las suyas en aquellas dos singularísimas ocasiones! ¡Qué bofetón más sonoro para «los hombres de Gobierno» que todavía le regateaban la credencial de senador! ¿Dónde hallarían ellos para ese cargo otro viejo más distinguido, más serio, más limpio, más planchado, más opulento, ni más adaptable por su tipo al grave ceremonial del «alto Cuerpo Colegislador»?

De los azares que el señor Fermín había corrido en su vida, de las miserias en presidio, entre gentes de todos los países, que se mataban con las cucharas afiladas para entretener el ocio del encierro; del miedo que tuvo a ser fusilado cuando lo prendieron después de derrotada la partida, nada recordaba con tanta tristeza como las tres veces que lo sorprendieron los carabineros, casi a las puertas de la ciudad, cuando ya se creía en salvo, quitándole lo que llevaba varias noches sobre sus espaldas. ¡Y luego, cuando vendía su tabaco a las gentes desocupadas, a los señores de los casinos y los cafés, aún le regateaban algunos céntimos! ¡Ay; si supieran lo que costaban aquellos paquetes, duros como ladrillos, en los que parecían haberse solidificado los sudores de una fatiga de bestia y los escalofríos del miedo!...