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No quiero dar por seguro que haya en las almas humanas algo que, á pesar de la radical oposición de creencias, sea lazo de unión amistosa y constante y fundamento de alta estimación mutua. Vaya si hace V. bien en no cavilar contestaba Doña Blanca. No cavile V., no venga á caer en herejía al cabo de sus años, fantaseando algo más esencial, más sublime que la creencia religiosa.

Así pasaron la mañana, fantaseando sobre el porvenir, sin poder cambiar otras caricias que algunos apretones de manos por encima de Karl, hundido entre las rodillas de su madre. El niño sólo abandonó su enfurruñamiento al hablarle Mina en alemán de la fiesta de la tarde. Comenzaban los Olympishe Spiele con que chicos y grandes iban a celebrar durante cuatro días el paso de la línea.

Y hasta el amanecer estuvieron fantaseando sobre el porvenir, arreglando todos los detalles de la fuga. Ella partiría cuanto antes; él iría a su encuentro dos días después cuando hubiese renacido la confianza y todos la creyeran lejos, muy lejos. ¿Dónde se encontrarían? Primero pensaron en Marsella, pero era demasiado lejos. Después en Barcelona. Regateaban las horas y los minutos.

Amiga de reír y burlar, embroma a los hombres y les suelta mil pullas afiladas y punzantes, pero jamás se encarniza. ¿Qué otra cosa he de añadir? Una cordobesa es avara y otra pródiga, pero todas son generosas y caritativas. No lo digo fantaseando: he conocido lugareña cordobesa que tenía y leía estos y otros libros por el estilo. Otras leen novelas modernas de las peores. Otras no leen nada.

Así, pues, y repito que yo estoy fantaseando una utopía, si de mi dependiera, yo elegiría á una dama discreta é ilustrada para presidenta del teatro normal ó modelo.

Si viviera usted allí, mientras el niño echaba un sueñecito podía disparar media docena de tiros y traerse en el morral otras tantas perdices. El marquesito seguía fantaseando, pero esto le hacía gozar. Clara también hallaba deleite en aquellas exageraciones convenidas ya entre cazadores.

Y se ensañó el buen hombre, fantaseando cuadros domésticos, idílicos y bucólicos; pero ¡cosa rara! cuanto más clamoreaba la zampoña de Virgilio y Garcilaso, más indiferente y fresca iba mostrándose Nieves. ¡Cómo demonios era aquello?

Al propio tiempo venían nuncios y embajadores de los aposentos de las sultanas, siempre con las tristes nuevas de que Híala permanecía en su misma enajenada situación. El Sultán, en profunda meditación, se hallaba fantaseando sobre lo extraño de aquellas aventuras, reclinado en su alfarir o solio de púrpura, cuando apareció ante sus ojos el amable Abu-el-Casín, capitán de la guardia africana.