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Afable con todos, cortés y comedido con cuantos le trataban, era, sin embargo, enemigo de andar en reuniones y corrillos, y tal vez por eso se pasaba en Santa Clara buena parte del año, y cuando residía en Villaverde no concurría a la tertulia de don Procopio ni al tresillo de mi querido amigo Quintín Porras.

De aquí que le debamos importantes indicaciones, relativas al método que debe seguir el investigador de los primeros albores del drama. Tertul., Ad nationes, lib. I, cap. 10. Martial, De spectaculis. Epigr. 7. Aunque la Historia secreta de Procopio, protegido de Belisario y prefecto de Constantinopla bajo Justiniano, que cita el Sr.

Me dispuse a seguir los consejos del «pomposísimo Cicerón», y de tardecita, poco antes de que sonara el «Angelus», me encaminé a la casa de Castro Pérez. Vivía a espaldas de la Parroquia, en un caserón vetusto y sombrío. Cuando llegué al zaguán me tentado de retroceder e ir a charlar a casa de don Procopio. Hice de tripas corazón y avancé hasta la puerta del despacho.

Violentos murmullos interrumpieron el discurso, que no pudo reanudarse: los frailes dejaron sus asientos y se arremolinaron por grupos, voceando y gesticulando sin hacer más caso del Superior que de la carabina de Ambrosio; los de un corrillo pasaban á otro, como consultándose mutuamente; la confusión y el tumulto crecían por instantes; el Superior, turbado ante aquella especie de motín, no sabía qué hacerse; hasta que, por último, dominando toda la gresca y baraúnda, se oyeron las voces de «¡Silencio! ¡Callad! ¡Que hable el P. Procopio! ¡Silencio

Así, mi primo Procopio, con una malicia harto inesperada en un espiritualista, contóle hace tiempo en secreto, guiñando los ojos ¡que yo poseía muchos papeles! ¡muchas pólizas! ¡muchas inscripciones!... Pues en la primera mañana que volví a la casa de huéspedes después de esta revelación, Pinho, ligeramente colorado, casi conmovido, me ofreció una cajita de dulce envuelta en una servilleta, ¡acto conmovedor que explica aquella alma!

El débil P. Prior de Nuestra Señora del Valle, que no se atrevió á cortar con mano firme el inveterado abuso de que fue campeón el P. Procopio, resignó su cargo á causa de sus muchos años, y se retiró á pasar tranquilo en otro convento los que le quedasen de vida. Claro está que alguien había de sustituirle para que la comunidad no quedase convertida en un cuerpo acéfalo y disparatado.

Tomé por las calles más apartadas y solitarias, temeroso de que las gentes me vieran a caballo. «¡Charrito de barro, charrito de agua dulce!... dirían. ¿De cuándo acáLa idea de que podía yo ser objeto de risas y de burlas me atormentaba cruelmente. Ya me parecía oir a los murmuradores villaverdinos en la botica de don Procopio. ¿Saben ustedes la gran noticia?

¡Reguapa! ¡Linda como un sol! Eduardo se perece por ella. Entonces, ¿quién es el pretendiente de Angelina? ¡Adivina! ¿Jacinto Ocaña? ¡Dios nos libre! ¿Agustín Venegas? ¡Jesús me valga! ¿No te digo que es amigo tuyo?.... ¿Ricardo Tejeda? ¡El mismo que viste y calza! ¡No es rival temible! dije para . A veces iba yo a charlar en la botica de don Procopio Meconio.

Su entendimiento era el de un toro de ocho años y su fuerza también, sobre todo cuando se ponía ó lo ponían colérico; por cuya razón era muy respetado y temido, y ninguno quería contradecirle aunque dijese una barbaridad, y solía decirlas de monumental calibre. Indudablemente fué el P. Procopio eco fidelísimo de la opinión general.

Espíritu libre, emprendedor y diestro, paladín de las Ideas Generales, mi pariente, que se llama Procopio, considerando que la mujer no vale los tormentos que ocasiona, y que los ochocientos mil reis de un olivar le bastan y le sobran a un espiritualista, consagró su vida a la Lógica y sólo se interesa por la Verdad.