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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Y no sé cuántos más, entre quienes figuraba el dueño de la botica, el invariable don Procopio, jugador desenfrenado, que había convertido aquel templo de Galeno en un santuario de Birján. Solíamos ver allí al P. Solís. Venía de tarde en tarde, a la hora en que había menos tertulios; se leía de cabo a rabo los periódicos, y luego... ¡a charlar con Sarmiento y con Venegas!
Mientras don Procopio jugaba adentro con sus cofrades, afuera, delante del mostrador, en presencia de los compradores, se enredaban pláticas que frecuentemente se convertían en disputa. Venegas se complacía en atacar al caído Imperio; Sarmiento le defendía acalorado y lleno de brío. El republicano se ensañaba contra el Catolicismo; el médico decía pestes del partido liberal.
Así son las cosas. Se lo dije a éste y a don Procopio. Me alegro de saber la verdad del caso. Ahora ya no daremos crédito a Ricardo ni a don Juan. De seguro que uno y otro contaban a su manera lo sucedido, y en perjuicio mío. Pronto supe todo; los chicos de la botica no me ocultaron nada.
Cierto día, aburrido de pasar el tiempo entre cuatro paredes, tomé el sombrero y me fuí de tertulia a la casa de don Procopio. Allí estaban los pedagogos y el P. Solís. No bien me vieron mis críticos se pusieron a sonreir como si de mí se burlaran, como si recordaran que me habían puesto de oro y azul en sus periódicos.
Precisamente una de las primeras víctimas de su intemperancia fué el mismísimo P. Procopio, que á las pocas semanas del famoso capítulo mencionado reventó como una bomba..... Quien no conozca á los frailes, quizá imagine que este trágico ejemplo pudo introducir en ellos alguna enmienda; sin embargo, en honor de la verdad debo decir que no la hubo.
Cara de ángel y corazón de demonio. Un barbero di qualidad. Por el ojo de San Procopio, le juro, compadre, que el gitano piensa desembarcar en Matagorda. Mi digna tía Isabel, volviendo de la isla de León, ha visto todos los guardacostas dispuestos y me ha dicho que habían apostado dos centinelas en el faro para vigilar las evoluciones de la embarcación de ese condenado que se ve a lo lejos.
Aunque hubiese resucitado el difunto Padre Procopio trayendo consigo una docena de PP. de su misma calaña, todos ellos ante la mirada fulmínea del Prior habrían bajado las suyas como doctrinos. Bien supo lo que hizo el P. Provincial cuando le encargó el gobierno de Nuestra Señora del Valle. La cuestión vinífera continuaba en el mismo lamentable estado.
Oficiaba su gran pontífice don Procopio, y entre los cofrades ví, con sorpresa, al piadoso y manso don Basilio. Era muy aficionado a las cuarenta el señor alcalde; pero nunca pasaban de un duro sus apuestas. Sólo jugaba palabras textuales para matar el tiempo.
Era el tal P. Procopio un desaforado jayán, cetrino y barbudo, más adecuado para llevar una casa sobre la espalda ó tirar de una carreta, que para gozar en contemplaciones místicas y éxtasis divinos.
La habitación de mi primo Procopio tiene una estera nueva, una cama de hierro filosófica y virginal, vistosos visillos en las ventanas, flores y pájaros por las paredes, y allí se mantiene un riguroso aseo por una de esas criadas como sólo las produce Portugal, guapa moza de Traz-os-Montes, que arrastrando sus chanclas con la indolencia grave de una ninfa latina, barre, friega y arregla toda la casa; sirve nueve almuerzos, nueve comidas y nueve cenas; pega los botones a los pantalones y a los calzoncillos, que los portugueses están continuamente perdiendo, almidona las enaguas de la señora, reza el rosario de su aldea, y aún le queda tiempo para amar desesperadamente a un barbero vecino, que está resuelto a casarse con ella en cuanto le empleen en la Aduana.
Palabra del Dia
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