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Escrita en la Torre del gran Turco sigun diré por... Corrales, natural de Ocaña. Dióseme en Micyna á 31 de mayo de 1561. Por bajo, de letra diferente, se lee: «Está llena de mentiras

La raza parda, pero cultivadora ó comerciante, que habita las vegas vecinas á Ocaña ó las ciudades de Mompos, Barraquilla, Cartagena y Santa-Marta, se ha civilizado con el trabajo social y la vida comunicativa, y será no muy tarde una poblacion vigorosa y de excelentes cualidades.

Peribáñez y el comendador de Ocaña. Los comendadores de Córdoba y Fuente-Ovejuna. El Hidalgo abencerraje. La envidia de la nobleza y el cerco de Santa Fe. Las cuentas del Gran capitán. El Nuevo Mundo descubierto, y algunas otras. 33 CAPÍTULO XIV. La Estrella de Sevilla. Porfiar hasta morir. El mejor alcalde, el Rey. La carbonera. La niña de plata. La corona merecida. El vaquero de Moraña.

En El Hércules de Ocaña nos presenta Diamante al famoso espadachín Céspedes, muy popular en España por su fuerza y por su valentía casi increíble, especie también de personaje mítico ó tradicional.

Entonces las viejas, tía y madre, dijeron que cómo era posible que a un caballero tan principal se pareciese un pícaro tan bajo como aquél. Y porque no sospechase nada de ellas, dijo la una: -Yo le conozco muy bien al señor don Filipe, que es el que nos hospedó por orden de mi marido, que fue gran amigo suyo, en Ocaña.

Así dijo, y eso que yo le hice el discurso que pronunció el 16 de Septiembre. Yo no fuí a los exámenes. El señor cura, que es persona excelentísima, me invitó; pero ¡mamola! ¡no fuí, no fuí!... ¡Qué había de ir este pobre viejo! Ocaña vino después a darme satisfacciones, y con mil hipocresías me negó lo dicho.... ¡Embustero!

La última escena es en la corte de Enrique III. Noticioso el Rey de la muerte del comendador de Ocaña, manda castigar severamente al matador: preséntase entonces Peribáñez; expone los motivos que tuvo para dar muerte á su ofensor, y sostiene que se ha visto obligado á hacerlo en defensa de su honor, sometiéndose al fallo de su justicia, si es culpable.

¿Cuál? preguntarían en coro con Ricardo, Venegas y Ocaña. ¡Gran noticia! Asómbrense: ¡Rodolfo a caballo! Yo lo he visto; lo hemos visto nosotros.... ¿Y qué tal? Mala facha y mala ficha. Muy vestido de charro, tamaño sombrerote, y al cinto una pistola que parece un cañón.

Los rivales de mi maestro, Jacinto Ocaña, el director de la «Escuela del Cura», y Agustín Venegas, el de la «Escuela Nacional», creyeron que el sonetista era el «pomposísimo», y al domingo siguiente, cuando esperaba yo elogios y aplausos, salió en «La Voz de Villaverde» un articulejo desentonado y cáustico, en que ponían a don Román de oro y azul. Corrí a verle: ¿Ya leyó usted? le dije al entrar.

De allí a Ocaña, en uno de cuyos conventos la encerró, por acuerdo de él y Gonzalo.