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Pero con todo, y a pesar de ello, le afirmaron que él ideal de la vida no es la existencia en el seno de la Naturaleza, ni la fecunda guerra del trabajo ni la pasión de la verdad o del arte, sino la muda y estática contemplación de lo divino, el celibato estéril, el claustro, la pobreza, el ayuno, el desprecio de mismo y el ansia de llegar a la muerte como a puerta mágica desde cuyo umbral se perciben los eternos albores del paraíso de los justos.

Otras eran de cuchillo, de culatazo, de pedrada, de mordisco, recibidas en los encuentros nocturnos, en las sorpresas, donde los hombres luchaban lo mismo que en los albores de la vida del planeta. El príncipe Lubimoff no podía menos de admirar á este joven, pequeño, moreno, de aspecto insignificante.

Aun cuando este método tenga sus inconvenientes, no es ocioso añadir que nunca Calderón, como su predecesor, acude á los períodos primitivos de la historia de España, ni á los albores de la Edad Media, ni á la época de la restauración del imperio cristiano, sino solamente á los siglos más próximos á él, moviéndose, por tanto, dentro de un círculo, que le impide, por lo menos, faltar groseramente á la verosimilitud, ó falsear la verdad histórica.

Cuando, con las miras puestas en estos fines, vacilaba un poco, porque, al cabo, era tierra frágil y miserable, y desconfiaba de sus bríos y se vela a punto de tropezar y de caer, acudía al amparo de don Sabas; y allá, a la reja del confesonario, en los profundos de la iglesia, al romper los primeros albores del día, ella, después de besar el polvo de los suelos y de regarle con sus lágrimas, declarando sus pesadumbres y flaquezas, y él reprendiéndola y exhortándola con la sabiduría y la dulzura de un padre cariñoso a un hijo muy desdichado, hallaba siempre los perdidos alientos para continuar la subida de su Calvario con la carga de su cruz... Así estaban las cosas cuando yo había llegado a Tablanca.

Nada caracteriza á un niño como su estilo, aquel genuino modo de expresarse y decirlo todo con cuatro letras, y aquella gramática prehistórica, como los primeros vagidos de la palabra en los albores de la humanidad, y su sencillo arte de declinar y conjugar, que parece la rectificación inocente de los idiomas regularizados por el uso.

El puente que lo atraviesa a lo lejos se asemeja a una pequeña media luna negra sobre un campo de azur. El oriente comienza ya a colorearse en los primeros albores del día; todo es dudoso, vago e indefinido. El paisaje, apenas esbozado, no ofrece más que los colores inciertos, rasgos confusos y formas caprichosas.

Nacidos ambos de la misma raíz, de los juegos escénicos sagrados y profanos de la Edad Media, aparecen en Inglaterra, en el primer cuarto del siglo XVI en las obras de John Heywood , y en España en las de Naharro y Gil Vicente, los albores de una comedia propia y popular.

El cielo menguaba en luces, y una apacible claridad glauca, pura como la atmósfera y plácida como el fresco vientecillo que mecía los cipreses, iba inundando el firmamento. Orión se hundía entre los picos de la cordillera, y la Osa Mayor descendía hacia los valles de Pluviosilla. En la región opuesta vagos albores anunciaban la aurora.

¡Ser Prim! ¡Ilusión de los hijos del pueblo en los primeros albores de la ambición, cuando los instintos de gloria comienzan a despuntar en el alma, entre el torpe balbucir de la lengua y el retoñar, casi insensible, de las pasiones!

Sin embargo, antes de probar nuestras fuerzas tratando de la historia del drama moderno en sus albores, conviene fijar la extensión que ha de darse á la palabra drama. Muchas falsas aseveraciones han nacido de la ligereza con que se dilucida esta cuestión.