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Mucho me dieron que reír los articulitos de Porras, quien, bajo el seudónimo de «Canta Claro», hizo gala de sus saberes y dió cada felpa a los ardorosos discípulos de Allán-Kardec, que Dios tocaba a juicio.

Tomé el sombrero y me dispuse a salir antes de que acabara la tertulia. Al irme que Porras decía: Vamonos. Ya estamos en tinieblas, y el buen amigo don Juan es tan avaro que no quiere gastar en una vela; por eso nos tiene a obscuras. ¡Viva el obscurantismo!

Cuando él peroraba nadie metía baza; era capaz de discutir con el lucero del alba, y hasta con los moradores de ultra-tumba. Cierta vez, así lo cuentan en Villaverde, el amigo Porras fué llevado a un círculo espiritista, con visos de lógia masónica, fundado recientemente por don Juan Jurado, un «huizachero» de Pluviosilla.

Volví a contar el dinero en presencia de todos. ¡Cabalito! ¡Tiene usted razón! murmuró don Juan. ¡Usted dispense! Don Cosme no se dió cuenta de lo que pasaba. Porras me detuvo al paso, y, poniendo sus manos en mis hombros, me dijo dulcemente: ¡Este hombre no tiene remedio! ¿Quién le manda a usted gastar esas corbatas... tan bonitas¡ ¡Paciencia, joven! ¡Paciencia!

A las seis me iba yo a la plaza para oír a la señorita Fernández; pero cuando la discusión se prolongaba hasta las siete, me hacía yo el sueco y me quedaba oyéndola. Un día Quintín estaba de vena. Se hablaba de las costumbres de Villaverde. Porras las censuraba con la mayor acritud; el abogado las defendía, y Linares decía que habían variado mucho, y que él no se explicaba el cambio de ellas.

Toda la vida trabajando como el obispo y sin salir nunca de cristos a porras. Hoy ganado y mañana perdido. Todo se hace sal y agua. Eso , siempre tiesa como un ajo, y todavía, aquí dónde me ves, le acabo de dar una patada a la muerte porque el año pasado tuve una ronquera, pero una ronquera... Pues nada, Dios y la flor de malva aclararon el modo de hablar, y aquí me tienes.

Pronto estimé a Porras en cuanto valía; no tardé en medir, aquella nobleza de corazón, aquella sencillez de alma que parecía opuesta a toda acritud, y que, sin embargo, era ingente en mi amigo; sencillez ingenua, infantil, que se manifestaba a cada minuto en burlas y censuras de cuanto parecía injusto y merecedor de vituperio.

II de nuestro «Diccionario de artífices sevillanosGaspar de Porras, autor de comedias, recibio 300 ducados por los dos carros de representaciones La encomienda del hombre y Los locos; 10 de Junio del año citado y Juan de Madrid autor, de danzas sacó la de El robo de Elena, 9 de Julio del mismo año .

Me pareció que tomaban a prodigalidad que gastara yo corbatas bonitas, como si eso me hiciera merecedor de castigo. Lo de que rondaba yo la casa de Gabriela Fernández me hizo reir. Todos lo decían en Villaverde, pero no era verdad. Me gustaba la rubia, a qué negarlo, pero nada más; mi corazón era de Angelina. Pues bien, continuó Porras y ¿qué tiene eso de extraño?

Nadie como Porras para dar un buen consejo; ninguno mas discreto y atinado para el arreglo de un asunto grave; nadie como mi amigo para hacer un beneficio, sencilla y noblemente, del modo más natural, sin lo repugnante y forzado que tienen en Villaverde la abnegación y el desprendimiento. Buen contraste hacía Porras con Castro Pérez y con don Cosme.