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Se celebran trisagios; se cantan rogativas; pasan por las calles largas procesiones de penitentes, Cristos lacios y sanguinosos, Vírgenes con espadas de plata; las campanas plañen por la mañana, a mediodía, por la noche; brillan misteriosas las luces en las naves sombrías; entran, salen, discurren por las calles devotas con mantillas negras, hombres con capas amplias, que se quejan, que sollozan, que hablan de angustias, que piensan en la muerte.

Si el sol hubiese amanecido cuadrado y los Cristos, vestidos de pantalones, Quiroga no se habría alarmado tanto: habría tomado al sol por un liampó y á las sagradas imágenes por jugadores de chapdiquí que se quedan sin camisa; pero, ¡no venir los frailes cuando precisamente acaban de llegarle novedades!

La pintura de entonces, no crea más que Cristos, Vírgenes y Santos, pero no les da forma con rasgos de perfección soñada, sino mediante la más brava imitación del modelo; su belleza no es un engendro de la mente, no nacen de la corta idea rafaelesca, sino de la propia naturaleza humana.

Pero el escándalo de don Santos el de los Cristos, como le llamaban; dos o tres rasgos de despotismo en la curia eclesiástica, el dineral que costaba casarse como si antes no costara lo mismo y las acciones del Banco, volvieron a encender los odios, y esta vez se habló de colgar al Provisor y demás clerigalla.

Dejé el prólogo y comencé el primer capítulo que decía: «Atendiendo a que este género de sabandijas que llaman poetas son nuestros prójimos, y cristianos aunque malos; viendo que todo el año adoran cejas, dientes, listones y zapatillas, haciendo otros pecados más enormes, mandamos que la Semana Santa recojan a todos los poetas públicos y cantoneros, como a malas mujeres, y que los prediquen sacando Cristos para convertirlos.

Mi espíritu siente una inmensa ansia de infinito, que fracasa en las cotidianas banalidades; cuántas veces, al amanecer de noches de tempestad de alma, en que he hallado vacíos y menguados todos los iconos de la vida, me he arrojado a los pies ungidos de los Cristos en demanda de una emoción de eternidad.

Total, diez y nueve Cristos que tienen la idea de viajar, bajo el poder de un Poncio Pilato que se llama el mayoral, como quien dice, don Manuel Rosas y los salvajes unitarios de marras. Esto en cuanto á la parte animal que va adentro. Por lo que hace á la de afuera se clasifica, en el órden de bestialidad, así: El mayoral, El zagal, El delantero Y las mulas.

No hay allá ciudad con tres siglos de existencia que no tenga un santo de indiscutibles milagros... Los imagineros de Valencia y de Sevilla enviaban remesas de vírgenes y cristos a los conventos de las Indias y a los hidalgos retirados de aventuras en sus buenas encomiendas.

En las paredes se confundían en lamentable mezcolanza paisajes tranquilos y azulados, pintados en Canton y en Hong Kong, con los cromos chillones de odaliscas, mujeres semidesnudas, litografías de Cristos femeniles, la muerte del justo y la del pecador, hechas por casas judías de Alemania para venderse en los países católicos.

Toda la vida trabajando como el obispo y sin salir nunca de cristos a porras. Hoy ganado y mañana perdido. Todo se hace sal y agua. Eso , siempre tiesa como un ajo, y todavía, aquí dónde me ves, le acabo de dar una patada a la muerte porque el año pasado tuve una ronquera, pero una ronquera... Pues nada, Dios y la flor de malva aclararon el modo de hablar, y aquí me tienes.