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Y a fuerza de achatarse y deprimirse para agrandar a Dios, los hombres se redujeron a cero, los comunes a cero a la izquierda, los "ungidos del Señor" a cero a la derecha del todopoderoso "fuente única de todo poder y de toda autoridad en el cielo y en la tierra", sólo accesibles a sus criaturas por la magia religiosa y por mediación de su Iglesia, que, trayendo así su razón de ser y de valer de la profesada omnipotencia de Dios y de la obsecuente impotencia del hombre, quedaba fatalmente necesitada de mantener esas condiciones de su existencia para subsistir: la superstición, la credulidad y la ignorancia, que son los tres componentes principales de la pobreza de espíritu, y predestinada a decaer desde el momento y en la medida en que sus pupilos encontrasen otras fuentes de poder y de valer diferentes de la suya y más eficaces que la suya, como es precisamente el caso de la ciencia y la civilización laicas, que, apenas surgidas, han levantado de improviso la capacidad natural del hombre para superar las dificultades de la vida, por medios derivados de la inteligencia humana, y reducido la fe en el poder de los muertos para ayudar a los vivos, a la mitad, la tercera o la décima parte de lo que fue.

Nuestros anales refieren entre los reyes ungidos y coronados á D. Pedro 3.º llamado el de los franceses, nieto de D. Pedro el Católico, é hijo de D. Jaime el Conquistador: á D. Alonso 3.º llamado el Franco: á D. Jaime 2.º el Justo, á D. Alonso 4.º el Benigno, á D. Pedro 4.º el Ceremonioso, á D. Juan 1.º el Amador de la gentileza, á D. Martin y á D. Fernando 1.º el Honesto: y las reinas que gozaron el honor de la coronacion, fueron doña Constanza, doña Sibila, doña Maria de Luna y doña Leonor, esposa la primera del rey D. Pedro el de los franceses, la 2.ª de D. Pedro el Ceremonioso en cuartas y últimas nupcias, la 3.ª de D. Martin, y la última de D. Fernando el Honesto.

No se podía vivir, como los cadáveres de los magnates faraónicos, en una tumba lujosa, ungidos de perfumes, rodeados de todo lo que sirve para el alimento y el sueño. Nacer, crecer, procrearse y morir no bastaba para formar una historia: todos los animales hacían lo mismo. El hombre debe añadir algo más que sólo él posee: la facultad de imaginarse el porvenir... ¡soñar!

Mi espíritu siente una inmensa ansia de infinito, que fracasa en las cotidianas banalidades; cuántas veces, al amanecer de noches de tempestad de alma, en que he hallado vacíos y menguados todos los iconos de la vida, me he arrojado a los pies ungidos de los Cristos en demanda de una emoción de eternidad.

En el mundo laico quedan cesantes los empleados, se separa a los ministros, se degrada a los militares... hasta se destrona a los reyes. Pero ¿quién exige responsabilidad al Papa o a los obispos una vez se ven ungidos y en correspondencia más o menos frecuente con el Espíritu Santo? Si pide usted justicia, le envían ante tribunales formados igualmente por aristócratas de la Iglesia.