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Actualizado: 1 de julio de 2025
Y has de saber más: que el buen caballero andante, aunque vea diez gigantes que con las cabezas no sólo tocan, sino pasan las nubes, y que a cada uno le sirven de piernas dos grandísimas torres, y que los brazos semejan árboles de gruesos y poderosos navíos, y cada ojo como una gran rueda de molino y más ardiendo que un horno de vidrio, no le han de espantar en manera alguna; antes con gentil continente y con intrépido corazón los ha de acometer y embestir, y, si fuere posible, vencerlos y desbaratarlos en un pequeño instante, aunque viniesen armados de unas conchas de un cierto pescado que dicen que son más duras que si fuesen de diamantes, y en lugar de espadas trujesen cuchillos tajantes de damasquino acero, o porras ferradas con puntas asimismo de acero, como yo las he visto más de dos veces.
La primera hizo Porras... La quinta hizo Ríos, mar de donaire y natural gracia; llamábase La bella mal maridada."
La carabela Santiago, capitán Francisco de Porras, ganaba diez mil maravedís al mes, componiendo la tripulación 47 hombres en total. El navío Gallego se fletó á razón de 8.333 maravedís; mandábalo Pedro de Terreros, llevando 27 hombres, de capitán á Paje. El navío Vizcaino fletado por 7.000 maravedís, regía Bartolomé de Fiesco, tripulándolo 25 hombres. Total general, 151.
En su epístola á Matías de Porras describe con los más vivos colores su felicidad conyugal, mayor aún con el nacimiento de su hijo Carlos: «Cuando amorosa amaneció á mi lado La honesta cara de mi dulce esposa, Sin tener de la puerta algún cuidado; Cuando Carlillos, de azucena y rosa Vestido el rostro, el alma me traía, Cantando por donaire alguna cosa.
Porras, especie de Veuillot villaverdino, cobró alientos, apuró su ciencia, y extremó sus sátiras contra los que él llamaba «destructores de la unidad religiosa de la blasonada Ciudad». Se armó el zípizape; Villaverde tuvo con qué entretenerse cada domingo, y las cosas subieron a tal punto que a poco se llegan a las manos los exaltados contendientes.
Desde entonces, si mentáis al escribano, os dirán todos: ¿Porras? ¡Si es capaz de disputar con los difuntos! Correctamente vestido de negro, albeándole la camisa, desaliñado el calzado y muy peinada y brillante la profusa barba, era un tipo de los más simpáticos; pero más simpática aún era su charla.
Su Eminencia se ahogaba, debatiéndose entre aquel círculo de manos que le agarraban instintivamente. ¡Aire...! rugió , ¡aire...! ¡Quítense de delante con mil porras! ¡Que me lleven a casa!
Sumeño de Porras pudo al fin escapar de las garras del tribunal, ¡pero cuántos y cuántos inocentes como él perecieron en las garras del tribunal odioso, sin que nadie pudiera salvarlos!
Es fama que al oirlas saltó Porras en el asiento, como lanzado por un resorte, y pidió la palabra para decirle a Voltaire cuanto era del caso.
Porras no pudo refrenar sus bríos, y se metió a periodista, y publicó en «La Era» unos articulillos con mucha sal y pimienta y mucho sí señor, enderezados a impugnar las nuevas y perniciosas doctrinas.
Palabra del Dia
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