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Hubo por entonces un conato de sublevacion en sentido de reconocimiento del Consejo de regencia, y sorprendidos por la Junta, los revoltosos fueron condenados unos á encierro en las bóvedas de Puerto-Cabello y la Guaira, y otros desterrados á perpetuidad. Entre estos últimos figuraban los ricos hermanos peninsulares Don Francisco y Don Manuel Gonzalez y Linares, del comercio de Carácas.

En tanto, los insurgentes, replegados a la orilla izquierda, como he dicho, fingíamos un movimiento hacia Linares; pero en cuanto cerró la noche, los insurgentes caminamos a marchas forzadas hacia Bailén. Por eso en este pueblo nos decían: «Por aquí pasó Vedel esta mañana en dirección a La Carolina, para impedirles a ustedes que cortasen el paso de la sierra. ¿No ibais hacia Linares

Entre los tacaños, Linares.... ¡Las tenazas de Nicodemus! Porras era maldiciente; pero tenía una cualidad muy rara en los murmuradores: no calumniaba ni ofendía. Por lo menos nadie se daba por lastimado. Con una gracia particular y cierto no qué donoso y chispeante, provocaba a reir, por mucho que de ordinario alzaran ámpulas sus censuras.

A las seis me iba yo a la plaza para oír a la señorita Fernández; pero cuando la discusión se prolongaba hasta las siete, me hacía yo el sueco y me quedaba oyéndola. Un día Quintín estaba de vena. Se hablaba de las costumbres de Villaverde. Porras las censuraba con la mayor acritud; el abogado las defendía, y Linares decía que habían variado mucho, y que él no se explicaba el cambio de ellas.

No olvido ni olvidaré jamás que cierto día, en el despacho de Castro Pérez, recibí una buena cantidad en metálico; conté y volví a contar las monedas, las revisé con el mayor cuidado, y estaban completas. Contólas después el jurisperito, y le faltó una. No tardó en salir trémulo y colérico. ¡Aquí falta dinero!... prorrumpió en voz alta, delante de Porras y Linares.

Dicen todos los villaverdinos que el piadoso clérigo señaló una fuerte suma para que su albacea mandara decir mil misas. Mil pesos legó para ello el testador y Linares se dijo: «Aquí mil misas me costarían mil pesos. Haré que las digan en Italia. En Roma es corto el estipendio, una lira...» y así lo hizo, y se aplicó el sobrante en pago de sus buenos servicios.

Castro Pérez no se alarmaba, antes parecía oirlos con interés; pero Linares montaba en Júpiter, o movía la cabeza como repitiendo: «¡Qué cosas! ¡Qué cosas! ¡Es usted atrozYo, desde la pieza contigua, lo oía todo, me reía a carcajadas y gozaba de la tertulia lo que no es dado imaginar.

A eso del mediodía nuestras columnas avanzadas recibieron el fuego de los imperiales, que rehechos con un destacamento que de Linares había llegado, trataban de ganar lo perdido. Furiosos por el reciente desastre, acometieron briosamente a nuestra vanguardia.

Comandante Ramiro Cuesta. Coronel Julián Betancourt. General Jacinto Hernández. Director General de Comunicaciones. Telegrafista Antonio Santamarina. Telegrafista José Betancourt. Telegrafista Miguel Linares. Telegrafista Ramón Linares. Telegrafista Eliseo Garrido. Veteranos General Emilio Núñez. Coronel Manuel Aranda. General Manuel Alfonso. Capitán Ed. Estrada. Guardia Local de la Habana

Para aplacar esas manifestaciones de descontento, en lo posible, acostumbraban los poetas en las loas solicitar la indulgencia, el silencio, etc., del público; así se comprenden las siguientes palabras, que leemos en un entremés de Luis Benavente : LORENZO. ¡Piedad, ingeniosos bancos! CINTOR. ¡Perdón, nobles aposentos! LINARES. ¡Favor, belicosas gradas! BERNARDO. ¡Quietud, desvanes tremendos!