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Jugaba el General, él hacía la contra, el P. Irene ya tenía su baza; arrastra él con el espadas y ¡puñales! el camote del P. Irene no rinde, no rinde la mala. ¡Que juegue Cristo! El hijo de su madre no se había ido allí á romperse la cabeza inútilmente y á perder su dinero. Si creerá el nene, añadía muy colorado, que los gano de bóbilis bóbilis. ¡Tras de que mis indios ya empiezan á regatear!...

Después viene el batallador prelado don Rodrigo, que conquista a los moros mucha tierra; la catedral posee un principado, el Adelantamiento de Cazorla, con poblaciones como Baza, Niebla y Alcaraz.... Y dejando a los reyes, ¡no hay poco que decir de los grandes señores, nobles como príncipes, que mostraron su generosidad con la Iglesia Primada...! Don Lope de Haro, señor de Vizcaya, no contento con costear la construcción del templo desde la puerta de los Escribanos hasta el coro, nos regala la villa de Alcubilete, con sus molinos y pesquerías, y deja dotación para que en el coro, al rezarse las completas, arda esa vela que llaman «la Preciosa», y que se coloca en el águila de bronce del gran atril.

¡Hurra por el cura! rugió D. Martín, echando el caballo y recogiendo la baza. Amigo, yo pensé que D. Martín no tendría el caballo suspiró D. Norberto, dirigiéndose a Consejero con ojos de angustia. Lo pensó usted porque es un babieca y lo ha sido toda su vida repuso éste con afectada naturalidad donde se traslucía la cólera.

Hable usted con tres amigos en una mesa de café: no tardará mucho en arrimarse alguno que nadie del corro conozca, y con toda franqueza meterá su baza en la conversación. Vaya usted a comer a una fonda, y cuente usted con el mozo que ha de servirle como pudiera usted contar con un comensal.

Verdad que al legítimo marqués de Ulloa, que era Grande de España de primera clase, duque de algo, marqués tres veces y conde dos lo menos, nadie le conocía en Madrid sino por el ducado, por aquello de que baza mayor quita menor, aun cuando el título de Ulloa, radicado en el claro solar de Cabreira de Portugal, pudiese ganar en antigüedad y estimación a los más eminentes.

Para mostrar lo que gastaron los Reyes Católicos en la guerra de Granada, voi á citar lo que acaeció en el cerco de Baza, i la forma que tuvo la reina para mantener todo el campo cristiano, segun se lee en Hernan Perez del Pulgar, pues aunque no soi mui amigo de ingerir en las historias en que pongo la pluma, muchas citas de pasajes de autores antiguos, con todo no será fuera de razon trasladar aquí algunos, porque con ellos correrá lleno de mas autoridad este mi trabajo, i hará enmudecer á los incrédulos con la relacion de muchas verdades que á ir desnudas en la sola narracion andarian en duda á riesgo de no ser acreditadas.

Son atroces, ¡ja, ja, ja!... Que diga mamá si empondero ni tanto así... Porque, hija, ¡nos tienen sacudida cada patada en la boca del estómago!... Y así durante quince minutos, sin que nadie pudiera meter baza en la conversación.

Cuando él peroraba nadie metía baza; era capaz de discutir con el lucero del alba, y hasta con los moradores de ultra-tumba. Cierta vez, así lo cuentan en Villaverde, el amigo Porras fué llevado a un círculo espiritista, con visos de lógia masónica, fundado recientemente por don Juan Jurado, un «huizachero» de Pluviosilla.

Guillermina iba a contestar algo a esto; pero el otro no la dejaba meter baza. «Aguárdese usted un poquito, que falta la segunda parte. Pensaba yo cómo realizaría aquel acto de justicia, cuando la casualidad, mejor será decir la Providencia, me deparó una solución mejor y más cristiana que la muerte. Esta pobre mujer no necesitaba de mi justicia.

Hay amores de levante, que entre huéspedes se tratan, que llegan presto al poniente, porque en el partirse acaban. El amor recién venido, que hoy llegó y se va mañana, las imágines no deja bien impresas en el alma. Pintura sobre pintura ni se muestra ni señala; y do hay primera belleza, la segunda no hace baza.