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Los menos asustadizos, aquellos capitanes y soldados viejos que servían de núcleo al ejército, pensaban que la empresa no era ya de provecho, habiendo pasado tanto tiempo y entrado el invierno, y dábales razón la mortandad de la gente que continuaba adoleciendo, y echándola en tierra los patrones, perecían de hambre y mal pasar en las playas sin que se hallase fácilmente quien les diese sepultura . Apenas quedaban ya en la armada 8.000 hombres, y no sanos; mas no por ello quiso el Duque apartarse de su propósito y suspender el viaje.

Y con sólo unos meses los Estados Unidos creaban y enviaban dos millones de hombres para decidir el éxito de la lucha y la suerte del mundo. Llegados á última hora, habían pagado con largueza su parte á la muerte. En cinco meses de guerra perecían ciento veinte mil americanos, proporción exorbitante comparada con la de otras naciones durante cinco años de combate.

Era una de las cosas que más sorprendían a los forasteros, sobre todo viéndole alternar en cierto pie de igualdad con los señores de la población. No sólo por respeto al maestrante, sino porque les hacía mucha gracia las salidas brutales de Manín, éstos se perecían por llevarle en su compañía.

Perecían a docenas los hombres junto a los rieles. La conquista de una laguna o de un bosque por las cintas de acero era tan mortífera como la toma de un reducto artillado. A la caída de la tarde vio Ojeda pasar a don Carmelo mirando a todos lados. Iba por el buque en busca de Maltrana sin poder encontrarlo. Ese pobre se muere dijo en voz baja . Está en las últimas.

En estas y otras pláticas les tomó la noche en mitad del camino, sin tener ni descubrir donde aquella noche se recogiesen; y lo que no había de bueno en ello era que perecían de hambre; que, con la falta de las alforjas, les faltó toda la despensa y matalotaje. Y, para acabar de confirmar esta desgracia, les sucedió una aventura que, sin artificio alguno, verdaderamente lo parecía. Y fue que la noche cerró con alguna escuridad; pero, con todo esto, caminaban, creyendo Sancho que, pues aquel camino era real, a una o dos leguas, de buena razón, hallaría en él alguna venta. Yendo, pues, desta manera, la noche escura, el escudero hambriento y el amo con gana de comer, vieron que por el mesmo camino que iban venían hacia ellos gran multitud de lumbres, que no parecían sino estrellas que se movían. Pasmóse Sancho en viéndolas, y don Quijote no las tuvo todas consigo; tiró el uno del cabestro a su asno, y el otro de las riendas a su rocino, y estuvieron quedos, mirando atentamente lo que podía ser aquello, y vieron que las lumbres se iban acercando a ellos, y mientras más se llegaban, mayores parecían; a cuya vista Sancho comenzó a temblar como un azogado, y los cabellos de la cabeza se le erizaron a don Quijote; el cual, animándose un poco, dijo:

77. Que á unos y otros, esto es, Santafecinos y Correntinos, se les habian disparado los caballos, y se les habian perdido por los inmensos campos: que por todas partes, y especialmente en Buenos Aires, cada dia se morian y perecian á centenares; y por esta razon algunos dudaban del eficaz progreso del ejército. No obstante, aunque es cierto que la Corte no dudaba de la iniquidad, y que tambien trabajaba en la disolucion ò nulidad de los pactos, no obstante, como no enviasen algun cierto y deliberado decreto sobre se habia de suspender ó continuar la guerra, los Ministros de ambas Cortes que estan aquì, mueven con mayor actividad las cosas de la guerra: y como los españoles, con dificultad, y casi violentados, eran llevados

En uno de los mas suntuosos edificios de la Almedina, no lejos de los reales alcázares, gime encarcelado el buen señor de Salas, víctima de una infame traicion urdida por su cuñado Rodrigo ó Ruy Velazquez, el cual con una falsa carta de albricias le mandó á la corte de Hixem para que fuese degollado, mientras sus siete hijos perecian en la celada que tambien les tenia dispuesta.

Unos habían perecido aplastados instantáneamente: otros habían quedado enterrados en vida, en un socavón, aislados del mundo por centenares de toneladas de mineral. La gente acudía para pegar sus oídos con horror á los peñascos desmoronados, creyendo escuchar los gritos implorando auxilio, los gemidos de los infelices que perecían lentamente en la obscuridad de las entrañas de la tierra.

Nicephoro Autor Griego, como de la parte ofendida, cuenta largamente los excesos de aquella milicia, y muchos más Jorge Pachimerio, que dando lugar á su pasion, muerte con mayor malignidad; Pero Montaner niega que los Catalanes se mostrasen implacables y crueles con los Griegos; antes dice que les ayudaban y socorrian, porque con la furia de los Turcos, los fieles de las Provincias de la Asia, huyendo de tan cruel servidumbre, se recogian á Constantinopla, y perecian en los muladares de hambre y de miseria, sin que á los Griegos les moviese á lástima la desdicha de los que tenian por compañeros y amigos; y que los Catalanes con mucha liberalidad y largueza socorrian á muchos que padecían en este comun trabajo.

Los pastos escaseaban: unas veces era por falta de lluvia, otras por las inundaciones, y las reses perecían á centenares. Julio necesitaba mayores ingresos, y el mestizo marrullero le enviaba lo que pedía, pero como simple préstamo, reservando el cobro para cuando ajustasen cuentas. A pesar de tales auxilios, el joven Desnoyers sufría apuros.