United States or Indonesia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Los gigantes, alimentados con las propias fuerzas de la tierra, llevaban en la voz los rugidos del huracán y en los brazos el vigor de la tormenta: con sus cien manos lanzaban al azar el pedrisco de rocas, pero luchaban con el ciego furor de los elementos contra dioses jóvenes é inteligentes. Sucumbieron, y bajo los escombros del monte quedaron aplastados con ellos pueblos enteros.

Vieron los ojos del gigante apoyada en un lado de la mesa la cachiporra que se había fabricado durante su excursión á la selva de los emperadores. La presencia de esta arma primitiva le hizo sonreir de un modo inquietante para los pigmeos. Yo te aseguro, Ra-Ra continuó , que los primeros que vengan en tu busca y nos molesten corren peligro de morir aplastados.

Allí, durante una noche primaveral, se vino abajo un talud de nieve más grande que los más altos abetos y que la torre de la iglesia. Un grupo de casitas y de hórreos se encontraba bajo la formidable masa. Los montañeses, que acudieron de las aldeas vecinas, creyeron que indudablemente todas las armaduras de los edificios habían quedado demolidas y aplastados los habitantes bajo los escombros.

Unos habían perecido aplastados instantáneamente: otros habían quedado enterrados en vida, en un socavón, aislados del mundo por centenares de toneladas de mineral. La gente acudía para pegar sus oídos con horror á los peñascos desmoronados, creyendo escuchar los gritos implorando auxilio, los gemidos de los infelices que perecían lentamente en la obscuridad de las entrañas de la tierra.

Milagrosamente se habían librado de morir aplastados al incrustarse entre la arena y el arco del zapato. Daban gemidos como si hubiesen sufrido graves lesiones interiores, pero el susto era en ellos tal vez más grande que las heridas. Gillespie, que había tomado estos dos animalejos entre sus dedos, los subió á su rostro, colocándoselos entre ambos ojos.

Lo más característico en su persona eran los relucientes rizos aplastados por la bandolina, que cubrían su ancha frente como una cortinilla festoneada, y la costumbre de cruzar las manos sobre el vientre, luciendo en los dedos un surtidor de sortijas falsas.

Y la comida dió principio, ceremoniosa, fría, con largos intervalos de silencio. Todos estaban cohibidos, aplastados por la grandeza del personaje que tenían delante. Este ostentaba una calva lustrosa que le tomaba casi toda la cabeza. Los pocos cabellos de la parte posterior y de los lados eran negros a pesar de sus cuarenta y seis años. Sus menores gestos eran observados con atención idolátrica.

Hasta sintió en su cogote el roce de varios animalejos que parecían haberse librado casualmente por unos milímetros de morir aplastados. Voy á pasar la noche en numerosa compañía se dijo Edwin . ¡Y yo que me imaginaba esta tierra como un desierto!... Mañana, indudablemente, presenciaré cosas extraordinarias y podré explicarme los misterios de esta noche. ¡Ahora, á dormir!

Los jueves y los domingos, a la caída de la tarde, se estacionaban en la acera del Tribunal de Cuentas, frente a la portada churrigueresca del Hospicio, grupos de mujeres pobres con niños de pecho, viejos obreros, y una nube de muchachos, que entretenían la espera plantándose en medio del arroyo para «torear» a los tranvías, esperándolos hasta el último momento: el preciso para huir y no ser aplastados.

Si alguien salía de la masa miserable, elevándose por su capacidad, en vez de permanecer fiel a su origen, prestando apoyo a los hermanos, desertaba de su puesto, volviendo las espaldas a cien generaciones de abuelos esclavos, aplastados por la injusticia, y vendía su cuerpo y su inteligencia a los verdugos, mendigando un puesto entre ellos.