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Al leerlas paréceme tener delante a una hermana cariñosa, encantadora en su tristeza, risueña y llorosa a un tiempo, pidiéndome estrecha cuenta por el abandono de que en medio de mi dolor egoísta la hacía objeto, olvidándome del suyo.

Señá Benina, he llegado a tal extremidad de miseria y humillación, que aceptarla la peseta, , señora, la aceptaría, olvidándome de quién soy y de mi dignidad, etc... pero ¿cómo quiere usted que yo reciba ese anticipo, sabiendo, como , que usted pide limosna para atender a su señora? No puedo, no... Mi conciencia se subleva... Déjese de sublevaciones, que no somos aquí de tropa.

No, Rafael, mil veces no; ella tenía conciencia, ya no era la loca de otros tiempos. Pero ¿y yo? suspiraba el joven agarrando de nuevo su brazo con ansiedad infantil usted piensa en misma y en todos, olvidándome a mi. ¿Qué voy a hacer yo a solas con mi pasión? Usted olvidará dijo gravemente Leonora. Hoy he visto que es imposible mi estancia aquí. Los dos necesitamos alejarnos.

Otro libro tengo también, a quien he de llamar Metamorfóseos, o Ovidio español, de invención nueva y rara; porque en él, imitando a Ovidio a lo burlesco, pinto quién fue la Giralda de Sevilla y el Ángel de la Madalena, quién el Caño de Vecinguerra, de Córdoba, quiénes los Toros de Guisando, la Sierra Morena, las fuentes de Leganitos y Lavapiés, en Madrid, no olvidándome de la del Piojo, de la del Caño Dorado y de la Priora; y esto, con sus alegorías, metáforas y translaciones, de modo que alegran, suspenden y enseñan a un mismo punto.

Saquélos, y vi un pequeño envoltorio y tres cartas, la una cerrada y las otras dos cubiertas, todas con sobrescrito. Leí el primer sobre que se me vino a la mano, y decía así: «Al Sr. D. Luis de Santorcaz, en Madrid, calle de...» Había montado en el caballo de Santorcaz. Olvidándome al instante de todo, no pensé más que en examinar bien lo que tenía en las manos.

Es verdad repuso el bufón interrumpiéndola que, olvidándome de quien soy y lo que á mi mismo me debo, vine un día á traeros de parte del rey mi señor, una gargantilla y un billete. Por lo mal parado que entonces salísteis... Entonces érais nieve, y como el rey no es sol ni mucho menos... ¿Venís decidido á no dejarme hablar del asunto para que os he llamado?

Remedio no tiene lo que hecho habéis; que, de una parte, a esa, que honrada era, y que por vos sin honra gime, dicho se está que la debéis la honra; en cuanto a , yo no os amo; engañada estaba, y harto diferente de lo que sois os creía cuando os amaba, o mejor dicho, amaba en vos un sujeto de mi fantasía: de mi sueño he despertado; el fantasma de mi amor ha desaparecido; la estrella de mi esperanza se ha nublado, y el aliento de mi vida es ya un fuego del infierno que resistir no puedo, que el corazón me abrasa y en la desesperación de los condenados me arroja; que yo, antes de conoceros, el amor no conocía, y cuando le conocí, le amé, y tanto, que en tan poco tiempo, en mi vida, en mi única existencia posible trocose; y cuando le pierdo, cuando veo lo imposible de recobrarle, siento y conozco, sin que me quede ni aun el consuelo de una duda, que sin él vivir no puedo; y ya que sabéis esto, y que comprender debéis si es que ya la pasión, o el empeño, o el vicio y la maldad no os han entorpecido el entendimiento, que vos, causa de mi amor, no podéis ser mi amor, porque en vos no hallo lo que mi alma en el amor hallar deseaba; renunciad a toda esperanza de que yo, olvidándome de quién soy, y de lo que a mi honra y a mi conciencia debo, mi perdón os otorgue, por esposo os reciba y en vuestros brazos me eche.