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El majo suelta una ruidosa carcajada y exclama dándole afectuosas palmadas en la espalda: ¡ que lo pierdo! ¿Quieres aprovecharlo ? El señor Rafael había oído la carcajada y se acercó para saber lo que se trataba. Velázquez le informó riendo. Dió el viejo un paso atrás y, mirando fijamente á su sobrino, se santiguó diciendo con gravedad: Sobrino, no nos separamos. Yo no deshago la sociedad.

341 El primero que salió fue el cantor, y se me vino; pero yo no pierdo el tino aunque haiga tomao un trago, y hay algunos por mi pago que me tienen por ladino. 342 No ha de haber achocao otro: le salió cara la broma; a su amigo cuando toma se le despeja el sentido, y el pobrecito había sido como carne de paloma.

Ruidosamente, el juego del tennis fue abandonado, con gritos de triunfo, disputas, felicitaciones o imprecaciones. Las frases se entrecruzaban: ¡Hemos ganado tres partidas! ¡D'Ornay juega muy mal! ¡Pierdo siempre que voy con él! Por fin, restablecida la calma, se pusieron en camino. ¡Y bien, señorita! ha llegado la hora de la despedida... ¿Dónde está el hermoso automóvil de su amigo?

Aunque soy optimista, aunque no pierdo nunca la esperanza, aunque creo que ahora tienen los españoles el mismo gran ser que tuvieron á fines del siglo XV y durante todo el siglo XVI, cuando fué el apogeo de su gloria, si bien no temo la guerra, tampoco la deseo.

Señor Fabrice, qué mal está mi enredadera... se diría de estuco... no tiene aire... ¡Decididamente, esto no marcha!... Pierdo la fe, señor Fabrice. No tiene usted razón, señorita... aseguro a usted que ha hecho serios progresos. , pero nunca seré pintora... no tengo talento... ¿no es verdad?

No ciertamente si será lo que aquí dicen ó lo que digan en otra parte. ¿Pero qué pierdo yo con creer á ojos cerrados? Por lo pronto, gano la tranquilidad de la casa, y bueno es, por si hay algo más allá, ir preparado á todo, sin miedo á engaños.

Las ideas de ente, de substancia, de necesidad divagan por mi entendimiento; pero todo en la mayor confusion: lo infinito no es para un foco de luz, es un abismo tenebroso; ignoro si estoy sumergido en una realidad infinita, ó si me pierdo en los espacios imaginarios de un concepto vacío. Resumiendo la doctrina de los capítulos anteriores, diremos lo siguiente.

Además, ellos han tenido ocasión todos los días de conocer la sinceridad de mis consejos, y esto me ha servido muchísimo para lograr mi principal objeto, que es el de formar su carácter moral; porque yo no pierdo de vista que soy, ante todo, el misionero evangélico.

Y mientras esto decía, besaba el rostro terso y sonrosado de su gentil hermanita. La niña respondió entre sollozos: ¡Ay, María, te pierdo para siempre! No, querida, no... Me verás muchas veces... y hablarás conmigo. ¡Qué importa!..., te pierdo, hermana mía...

No me la recuerde usted, padre mío. ¡Cuántas noches, mientras usted velaba a su cabecera y yo lloraba en mi cuarto, me ha asaltado ese recuerdo, causándome la tristeza propia del remordimiento! Pero por fuerza tendrá usted que perdonarme, porque junto a Magdalena pierdo la razón, todo lo olvido, el amor me trastorna...